
Leyendo la historia de nuestro país y mirando de reojo hacia atrás y hacia delante, encuentro en los siglos que nos precedieron, a gente de todo pelaje que supo sobrevivir con astucia, con arrojo, con sabiduría, con amor o desprecio, con pasión por la cultura, con vicio por las mujeres el vino y las armas, o aprovechándose de los ciegos a los que servían y robaban como buenos lazarillos, y es tan grande lo que hicieron las mujeres y los hombres de entonces, que encontraron un hueco privilegiado en las páginas que escribieron los sabios y hambrientos literatos.
Esas gentes de las que hablo vivieron, pacieron, amaron, odiaron, lucharon y sobre todo fornicaron como si no hubiera mañana porque yacer junto a una mujer hermosa era el único lujo que no estaba reservado a las clases pudientes, y unos y otros están en los libros de historia que nunca han leído muchos de los gobernantes ni sus numerosos asesores y menos aún la masa iletrada que con faltas de ortografía opina sobre nuestro pasado como país, y sin embargo fueron los protagonistas de nuestra historia, y ayudaron a que España se convirtiese en un imperio en el que no se ponía el sol.
Hoy en cambio se queman libros, se prohíben representaciones teatrales, se modifica el lenguaje oficial a golpe de desprecio a nuestra propia literatura, y se hacen discursos políticos de vuelo rasante y aroma a cloaca, en los que los únicos que se encuentran en su salsa son los que solo encuentran un hueco en la política o en el paro.
Recordando lo que nuestros antepasados fueron e hicieron en cualquiera de los países del mundo en unos siglos en los que ni siquiera el Papa de Roma usó el nombre de España en vano, me he encontrado con un breve documento de gente principal de aquí y de allende los mares que reivindica el incontestable legado cultural que dejó nuestro país en un Continente plagado de universidades, edificios, templos, costumbres, hijos y palabras en el idioma más universal del mundo civilizado.
Cada vez que escucho lo que eructan por su boca, allá y acá, los pares ideológicos de los hijos descarriados del dios menor del resentimiento hispano, me reafirmo en la convicción de que son unos acomplejados.
Diego Armario