
AL BORDE DEL ABISMO
Un palpable hastío precede a las elecciones del domingo. Sus consecuencias serán turbias. Como turbio se ha vuelto el horizonte de la vida española. Y es que todo está dado para que el ciudadano, más que desconfiar, haya acabado por concebir un hondo asco hacia quienes están llamados a ser sus representantes. «¿Representarme a mí esa gente?», nos preguntamos todos.
Y eso pone en movimiento un péndulo tétrico, que oscila entre la resignación y el odio. Iguales. Pero ceder a cualquiera de esos dos afectos es, para un hombre libre, mortífero. Nos va la supervivencia hoy en ser lúcidos, glacialmente lúcidos.
¿Qué queda en la inteligencia de cada uno de los pagadores de impuestos que todos somos, tras la experiencia árida de haber sido convocados cuatro veces a las urnas generales en cuatro años? Certeza de una impotencia, desde luego: la de no disponer de la potestad necesaria para negar, de por vida, capacidad representativa a los políticos que han sido cómplices de eso: todos. Vergüenza, más aún, de haber tenido, de nuevo, que soportar sus retóricas, cada vez más hueras, en una campaña electoral que tuvo el brillo de un encefalograma plano.
Los políticos saben -lo sabe cualquiera- que no saldrá solución alguna de estas urnas. Los políticos saben -lo sabemos todos- que se desplazarán escaños dentro de cada uno de los dos grandes bloques, pero que una mayoría estable seguirá siendo imposible. Los políticos saben también que, a fuerza de cortísimas legislaturas, van acumulando esos años imprescindibles para dotarse de una pensión suntuosa: ¿les preocupa algo más que eso?
En condiciones normales, cuatro años de gobiernos provisionales disparan un riesgo automático: el batacazo de una economía que no puede funcionar indefinidamente sin garantías de futuro. Pero es que ni siquiera estamos hablando de condiciones normales. Y ni siquiera es el riesgo económico -con ser grave- el más crítico en la España presente.
Cataluña sigue desplegando un proceso independentista que, de golpe de Estado en golpe de Estado, configura la única certeza del presente: que no hay gobierno de la nación capaz de poner freno a una secesión ya en fase terminal.
El espectáculo de cómo las condenas de prisión dictadas por un Tribunal Supremo hayan de ver su cumplimiento determinado por una administración de cárceles bajo el mando de los cómplices de los delincuentes condenados, no tiene equivalente en la Europa contemporánea. Y, fuera de ella, sólo puede ser comparado a lo de las cárceles privadas de los narcotraficantes colombianos.
Ante una crisis de tales dimensiones, sólo cabe la formación de gobiernos de concentración nacional, que pongan al día los puntos frágiles de una legalidad que hace agua a borbotones. Nadie que estudie la historia de este país dentro de unas décadas podrá justificar a quienes, sin más argumento que sus personales intereses, impidieron la formación de ese gobierno unitario.
Porque no hace falta dominar la alta matemática para saber que sólo un acuerdo entre PSOE y PP puede salvar al país de la catástrofe. Y nadie, rigurosamente nadie entre esos políticos, ha movido un dedo para poner en marcha esta evidencia. Que caiga sobre sus cabezas el deshonor de lo que viene. De lo que viene irremisiblemente.
Bailamos, despreocupados, al borde del abismo. Se diría que nos gusta. Pero no; les gusta a ellos, a esos que de la política sólo extraen privilegios. Al precio que pagan otros. No, no bailamos. Al borde el abismo, bailan. Ellos.
Gabriel Albiac ( ABC )
viñeta de Linda Galmor