
ALANCEANDO MUERTOS
Se está librando la última batalla de la Guerra Civil, entre la democracia y la dictadura para unos y España y la anti-España para otros, bárbaros ambos para Unamuno, de moda otra vez. Y se libra por un cadáver, el de Franco, en una retahíla de despropósitos, muestra de nuestra inhabilidad, al convertir política en duelo personal en vez de arte de lo posible (Bismarck).
El primer error fue enterrarle en el Valle de los Caídos, que, como su nombre indica, era el cementerio de los muertos en la guerra fratricida 1936-39, y Franco sobrevivió 36 años. Que él no pareciera contar con tal destino póstumo lo indica el panteón familiar que se había procurado en el cementerio de El Pardo, donde ahora reposa su esposa. ¿Cómo fue a la basílica de Cuelgamuros? No lo sé. Imagino que la confusión, incertidumbre, miedo de aquellos días hicieron creer que aquel mausoleo lejos de Madrid era la mejor solución. Y ya ven.
El segundo error fue que, con apenas supervivientes de aquella contienda y España enfrentada a problemas muy distintos, al Gobierno se le ocurrió exhumar los restos de Franco, dentro de una revisionista Memoria Histórica. Que la izquierda no ha digerido su derrota en la Guerra Civil es palmatorio. No cabe en sus esquemas. Si tenía la razón, el gobierno y el pueblo a su favor, ¿cómo podía perder?
Así que le ha buscado todo tipo de excusas, la ayuda de la Alemania nazi especialmente, pero queda colgando una incógnita: ¿cómo explicar que Franco muriera en su cama, todavía jefe de Estado, 30 años después de Hitler? Pero algo había que hacer y sacarle de su mausoleo debió parecer también la mejor solución. Lo malo es que se olvidaron de un detalle: ¿dónde llevarle?
Porque los muertos son de su familia, cuya aprobación se requiere para removerlos. Que no da. Con lo que llegamos al tercer error: el actual Gobierno, falto de otros triunfos políticos y económicos, ha removido Roma con Santiago para conseguir la exhumación, encontrando la ayuda del Tribunal Supremo por lo excepcional del caso. ¿Adónde? Ahí surgen las ironías de la vida y las paradojas de la historia: el panteón familiar de El Pardo, que era posiblemente donde Franco pensaba descansar, abre una salida a un Gobierno que no ha hecho más que equivocarse, en éste como en tantos otros asuntos.
Pero mucho me temo que no acabe ahí. Aunque el Tribunal Supremo es la última instancia, quedan huecos legales por aclarar. Sin duda puede autorizar la exhumación e incluso impedir el entierro en un lugar determinado, como la catedral de Madrid por razones de seguridad pública. Pero ¿tiene poderes para decidir el lugar donde reenterrarlo? Sin olvidar la responsabilidad de velar porque la tumba no sea profanada, doquiera que esté. Un problemazo.
«Alancear muertos» significa, en el rico castellano, presumir de victorias vanas. ¿Va a ser la exhumación de Franco la baza electoral de Pedro Sánchez el 10-N de 2019? Todo es posible en un país donde el pasado pesa más que el presente o futuro. A eso le llama progreso la izquierda.
José María Carrascal ( ABC )