¿ APAGAR QUÉ ?

Estas eternas semanas que se enlazan unas con otras por decreto ley para que nadie salga de sus casas están generando una oleada de creatividad de gente que quiere regalar a los demás un trozo de su  voz, de su  música o  su capacidad actoral para la evasión y  el entretenimiento, y aunque algunos se dedican a otros oficios no faltan los profesionales del arte escénico, la música, el canto, o el humor.

Está calando en la sociedad una cierta conciencia de que es necesario que  todos hagamos algo por quienes,  por no tener nada, hasta carecen de motivos para  sonreír o emocionarse,  y esas representaciones espontáneas y generosas que algunos hacen en vivo y otros a través de la red, son un ejemplo de  esa solidaridad.

Una legión de mujeres y hombres han asumido ése u otro  compromiso  porque cuando pase todo esto, si alguien les pregunta ¿qué hiciste tú por los demás en aquellos meses?  Quieren tener una respuesta  que no les avergüence.  Claro que siempre hay un pero,  y es en ésa llaga donde hoy quiero poner el dedo.

Los que se autodenominan “el mundo de la cultura” – algunos piensan que el mundo es tan pequeño que les cabe en sus ombligos-  han propuesto para hoy y mañana lo que pomposamente llaman “un apagón cultural en protesta porque el sector no recibe ninguna ayuda específica del gobierno en estos momentos de crisis global.

La protesta tiene varios puntos débiles: es insolidaria porque ignora a los cientos y cientos de actores que están todo el año en crisis, no son contratados  o lo que cobran no les da para vivir. Es insolidaria porque reclaman un trato especial en relación a  trabajadores de otros sectores que también están jodidos.

 Es insolidaria porque podrían aprender de los demás y regalar  un poco de su arte gastando solamente algo de tiempo en favor del público que siempre les fue fiel.  Pero además de insolidaria es inútil porque es mentira que ellos sean el mundo de la cultura.

La cultura  es mucho más de lo que dicen representar,  y por eso no pueden apagar las bibliotecas, los museos virtuales, los cedés, los vinilos, ni las emisoras de Radio. No pueden secuestrar la imaginación de los escritores, el arte de los pintores, la voz de los cantantes ni tampoco la generosidad y  de sus compañeros de escena que no están de acuerdo con ese gesto que devalúa cualquier discurso de autobombo.

Si  Miguel Hernández hubiera esperado a cobrar una subvención pública jamás habría escrito “El rayo que no cesa”, pero mientras pastoreaba sus ovejas hizo arte

Diego Armario