AQUELLOS Y ESTA TROPA

Si en 1977 se le hubiese preguntado a un analista extranjero si el cambio de régimen en España podía salir bien y coronarse con suavidad y concordia, su respuesta habría sido rotunda: «Never».

Para escribir una Constitución razonable y convertir a España en una democracia era menester poner de acuerdo a políticos muy heterogéneos, de marcadas personalidades, herederos de bandos que se mataron en una truculenta guerra civil y con algunos personajes recién aterrizados del exilio y desconectados de la realidad del país.

Los perfiles resultaban tan antagónicos que nadie daría un patacón porque pudiesen entenderse. Retornaba Carrillo, salpicado en algunos de los peores crímenes del frentepopulismo y que en fecha tan tardía como 1963 todavía aparecía en un congreso comunista en la RDA a la vera del siniestro Ceucescu.

Por la derecha, Fraga, exministro de Franco. En Cataluña, Tarradellas, de ERC, de vuelta tras un larguísimo exilio. En el PSOE, González, hasta hace poco el clandestino «Isidoro». En el centro, como encargado de impulsar el vuelco hacia las libertades, un exsecretario del Movimiento, Suárez.

Pero todas aquellas personas, con sus humanos defectos, con sus resabios ideológicos, con sus éxitos y baldones en sus hojas de servicios, se comportaron entonces como patriotas españoles. Compartieron la idea constructiva de que su país debía cauterizar para siempre las heridas de los horribles años treinta, dando un paso hacia la modernidad, el perdón mutuo y la democracia.

Y se pusieron a ello, articulando el sofisticado mecano jurídico ideado por Fernández-Miranda y hábilmente engrasado por el Rey Juan Carlos. ¿Resultado? Un impresionante éxito, del que deberíamos sentirnos muy orgullosos.

¿Habría sido posible la Transición con los políticos que lideran hoy los partidos españoles? Se trata de ejercicio de política-ficción, pero me temo que con la tropa actual aquello habría acabado a bofetadas. El estrepitoso fracaso de las cuartas elecciones en cuatro años tiene como responsable principal a Sánchez, pero es un baldón compartido. Hoy, nuestros partidos están dirigidos por políticos de ego hipertrofiado y paupérrima experiencia laboral (la mayoría no han pegado chapa en una empresa privada).

El sentido de Estado, aunque se sigue invocando, está en vías de extinción. Las decisiones se toman pensando en primer lugar en el propio ombligo, en la supervivencia personal, y en segundo lugar con la calculadora electoral en la mano. Se habla demasiado, se piensa poco y no se lee nada (salvo los guasaps de asesores y periodistas de cámara).

Los problemas reales de España y los profundos debates que demanda su futuro son orillados. En un mundo acelerado por la prensa digital instantánea y el veredicto taquicárdico de las redes sociales, los políticos no se conceden reposo. Sobreactúan ante cada estímulo.

Se embarran en polémicas infladas y nimias, que en tres días quedarán olvidadas. Existe un enorme y lógico hartazgo, que en muchos casos se apellidará abstención. Por favor: paren, mediten y pónganse mínimamente de acuerdo de una puñetera vez.

Luis Ventoso ( ABC )

viñeta de Linda Galmor