ARRIMADAS Y LA ADOLESCENCIA DE CIUDADANOS

A la espera de si la Sala de Apelaciones del Tribunal Supremo enmienda la plana este jueves al juez Llarena y libera a Junqueras, como si las urnas pudieran lavar sus fechorías al modo de aquella piscina probática de Jerusalén a la que un ángel descendía y agitaba el agua sanando enfermos, cuando un eventual regreso a funciones ejecutivas facilitaría la comisión de los delitos que le tienen entre rejas, la triunfadora de las elecciones catalanas del 21-D y líder de Ciudadanos (Cs), Inés Arrimadas, está renuente a someterse a la sesión de investidura.

Con la coartada de que sus escaños no suman para armar Gobierno, renuncia por anticipado a una ocasión de oro. Claro que está por ver que el separatismo le brinde esa posibilidad desde su posición de mando de la Mesa del Parlament, bien con la imputada Forcadell como presidenta, bien con otro comodín de la baraja soberanista.

Arrimadas se engaña (o engaña). La cuestión no es aritmética, sino política. Si fuera de índole numérico, Cs no habría librado ninguna de las batallas que, a la postre, le han valido para pasar de la nada a ser actor crucial de la vida española. Merced a su arrojo, salió de las catacumbas con los tres meritorios diputados autonómicos que cosechó en 2006. Si aquella aparición no quedó en flor de un día, lo que hubiera supuesto su inevitable óbito a corto plazo, como acaeció con otras formaciones episódicas, fue porque ambicionaba arramblar con la tiranía del statu quo imperante desde que Pujol arribó a la Generalitat hace cuatro décadas. En esta hora aguda y dramática, menester son menos opiniones de temporada, tactismos partidistas y políticas de vuelo gallináceo.

Hay que alzar vuelo y afrontar con determinación la grave crisis nacional que se libra en Cataluña. Pero es que, además, el temprano anuncio de Arrimadas no se compadece con su iniciativa previa -con menos escaños aún- de auspiciar una moción de censura contra Puigdemont en septiembre, cuando el hoy prófugo enloqueció al volante del procés y arrolló la Constitución y el Estatut para convocar el espurio referéndum del 1-O. Entonces como ahora el dilema no era aritmético, sino político, lo que ha redundado en favor de que Inés Arrimadas haya hecho historia tres meses después.

Además, tirando de hemeroteca, como ha hecho Santiago González en estas páginas, a Felipe González tampoco le daban los votos para su moción de censura contra Suárez de 1980. Pero aquella derrota abonó fértilmente su apabullante mayoría absoluta de dos años después. Batallas perdidas pueden ser el principio de la victoria final. Wellington, frente a Napoleón, debió afrontar la debacle de Austerlitz para hundir a su gran enemigo en Waterloo reconfigurando la Europa de su época.

Para que Arrimadas vuelva a hacer pie, su equipo debiera remendar aquel eslogan ya recurrente Es la economía, estúpido, ideado por el estratega de la campaña de Clinton, y que resultó concluyente para derrotar a Bush padre en 1992 cuando éste gozaba de una aceptación del 90%. En su lugar, mejor rotular No es la aritmética, es la política, haciéndole la caridad de suprimir la coletilla de estúpido, pese a que el calificativo describa cabalmente su actitud.

Mucho más cuando a Arrimadas ha venido Dios a verla y encarna un vibrante pasaje del Eclesiastés: «Retorné y vi que bajo el sol la carrera no es de los veloces, ni la batalla de los fuertes, ni el pan para el sabio, ni las riquezas para los hombres de conocimiento, ni el favor para los capaces; sino que el tiempo y la oportunidad acontecen a todos ellos». Por eso, Arrimadas debe estar a la altura de las circunstancias y encaminarse con paso firme al ambón del Parlament.

Francisco Rosell ( El Mundo )