Hay en el bronco escenario político español un partido que tenía todas las cartas para ganar. No es uno de los grandes, que muestran el desgaste que el poder y la corrupción llevan consigo.

Es un producto del ramalazo de ira ante sus usos y abusos, que acertó en el nombre, el mensaje, el momento y el lugar, Como habrán adivinado, hablo de Ciudadanos, ninguno mejor, pues la democracia consiste en convertir los súbditos en ciudadanos, Más, en un país como el nuestro que nunca había alcanzado la mayoría de edad democrática y un electorado que delega su soberanía en los dirigentes.

Algo muy cómodo, pero a la larga letal, pues estos se creen autorizados a hacer lo que les de la gana, desde mentir a robar, a tal extremo hemos llegado. Situarse en el centro liberal fue también un acierto, al poder criticar en ambas direcciones.

Y el lugar, insuperable: Cataluña, alzada contra España, por los errores de populares y socialistas, que vendieron la primogenitura, léase soberanía, a cambio del plato de lentejas de cuatro años malgobernando, recuerden el pacto del Majestic y las concesiones al nacionalismo vasco. En el pecado llevan la penitencia.

Podemos y Ciudadanos surgieron como partidos limpios, renovadores, aunque el primero mostró pronto su vena jacobina y sus malas amistades, que le granjearon tanto entusiasmo en la extrema izquierda como recelo en el resto.

Ciudadanos, en cambio, con una pareja joven al frente y una clara, abierta oposición al nacionalismo secesionista que empezaba a mostrar sus garras en Cataluña, se atrajo el interés de un amplio sector del electorado, abandonado por el PP y PSOE, llegando a conseguir la mayoría en plena fiebre nacionalista, algo que se creía imposible.

Pero tal éxito fue el origen de su desgracia, como ocurre si falta experiencia y sobra ambición, y en vez de mantenerse en el fiel de la balanza, acogiendo desilusionados de ambos bandos para convertirse en el «king maker» que venía siendo Pujol, decidió convertirse en líder de la oposición, sustituir al PP.

Un salto tan grande era sin embargo demasiado para un electorado más conservador que revolucionario como el suyo. Le costó pasar de 57 escaños a 10, obligando a su líder no ya a dimitir, sino a abandonar la política.

Su sucesora intenta volver el centro, con aperturas a un lado y otro, pero Ciudadanos ha perdido su inocencia política, y lo que está consiguiendo es reforzar la imagen de oportunista, opuesta a la de liberal, que no significa estar con uno u otro bando según las circunstancias, sino estar con los principios.

Sobre todo, en los momentos críticos, como los que atravesamos. España no necesita hoy un Chamberlain, que intentó apaciguar a Hitler cediéndole los Sudetes, para encontrarse con que se apoderaba de Checoslovaquia, sino un Churchill que nos prometa «sangre, sudor y lágrimas» para salir del atolladero en que nos ha metido un gobierno que sólo sabe mentir y equivocarse.

Lo que ya no sé es si los españoles tenemos cuajo para ello.

José María Carrascal ( ABC )