Ningún presidente de España ha demostrado ser tan arbitrario a la hora de tomar decisiones para la gestión interior del país y tan incompetente en sus atribuciones para la gestión internacional del mismo.

Aliado de los nacionalistas y siervo de los globalistas, no le vale con haber hecho el ridículo una vez con los useños como protagonistas —su paseo con Biden, que no le dedicó una ni mirada de misericordia, y que se rumorea fue organizado por Kamala Harris—, y ha tenido que salir a buscar un segundo strike en tierras norteamericanas. Con idéntico resultado.

Sánchez y sus acólitos mediáticos quieren criminalizar a Franco con la manipulación histórica, pero todos recordamos como éste abrazaba y era abrazado con verdadera camaradería a Eisenhower; Sánchez y sus acólitos mediáticos critican con dureza el Gobierno de Aznar, pero su relación con los grandes políticos del mundo —recordemos cuando Trump le mandó quedarse sentado—, distan de la amistad que tenían Bush o Blair con el mandatario español: jamás veremos una “fotografía de las Azores” con Sánchez de protagonista.

Lejos de tener una buena relación con un país que tiene más hispanohablantes que España —y, por cierto, toda una literatura en español por descubrir—, Sánchez ha padecido la reciente renovación de los ánimos imperialistas de Marruecos sobre el territorio español con el apoyo de un Gobierno useño, el de Biden-Harris, que no puede demostrar su indiferencia de forma más evidente ni menos lacerante.

En 1969 se estrenó un clásico del cine norteamericano protagonizado por Jon Voight y Dustin Hoffman: Cowboy de medianoche. Aunque a Pedro Sánchez los medios de comunicación (menores) que le han dado voz en EEUU le han comparado con Superman, el reguero de anécdotas y fotografías que nos llegan de sus vacaciones pagadas con fondos públicos me han hecho recordar la película dirigida por John Schlesinger.

En ella se cuenta la historia de un tejano de provincias algo paleto y bastante atractivo que llega a Nueva York con la maleta cargada de sueños áureos pero que pronto se encuentra condenado a la prostitución para poder subsistir como vagabundo y a arrastrarse por las calles Nueva York sin rumbo fijo ni más compañía que la de un extravagante amigo y una aparatosa radio.

Muerto el amigo —en nuestra analogía podría ser Iván Redondo, que dejó como herencia de su gestión del gabinete de Sánchez esta divertida excursión neoyorquina— y tras aceptar el fracaso de su nueva vida, el protagonista de la película decide mudarse a California en busca de mejor fortuna.

También Sánchez —que no se ha reunido ni con el Presidente de los Estados Unidos, ni con el alcalde de Nueva York, ni con ningún alto cargo empresarial de prestigio, ni con ningún representante directo del Gobierno useño— va a probar fortuna en tierras africanas con una gira que parece muy conveniente para el currículum de su mujer: Begoña Gómez es la directora del Centro África desde 2018. Al menos alguien podrá cerrar algún negocio gracias a esta gira veraniega.

Los fracasados de película, esos perdedores desesperanzados que en tantas ocasiones ha retratado el cine, desprenden un hálito trágico que se filtra por la pantalla para remover el corazón de los espectadores.

Los perdedores como Pedro Sánchez, ambiciosos sin escrúpulos nada complejos ni cinematográficos que han llegado a la cima de sus posibilidades pero no comprenden que jamás alcanzarán la cima de sus expectativas irrealizables, emanan un hálito cómico como el payaso triste de los viejos espectáculos circenses.

Que el Presidente de uno de los países más poderosos de Europa vague como un desdichado más por la capital económica del Imperio en declive es ciertamente penoso; y que la prensa habitualmente orgullosa de mostrar su animadversión a todo lo yanqui esté encantada con el fracaso político de una gira imaginaria es sencillamente delirante.

Las imágenes que captan a la pretenciosa figura —esa que los periodistas useños a sueldo alaban para poder ser citados con gusto por los periodistas españoles a sueldo—, reflejada en el neón de los comercios neoyorquinos es una buena metáfora del recuerdo tan lancinante como delicuescente que dejará el paso de Sánchez por la política en la Historia reciente de España.

La verdadera tragedia es que este hombre mediocre, un auténtico cowboy de medianoche, vaya a ser el que dicte en la sombra la profanación de José Antonio Primo de Rivera como ya hiciera con el General Francisco Franco.

Lo hará para mantenerse en el poder hasta las elecciones de 2023 y con el fin de poder demoler España desde dentro en 2024: es lo que esperan de él sus socios secesionistas y sus amos globalistas.

La “tournée” de Sánchez solo es otra muestra más de la degradación moral a la que España está condenada en el marco de esta globalización miserable.

Pero el Presidente haría bien en recordar aquello que Shakespeare puso en boca de Macbeth: “No debería vagar más/ La vuelta sería tan tediosa como la ida”. Pronto lo descubriremos: todos nosotros, y puede que él también.

Guillermo Mas Arellano ( El Correo de España )