Ante la propuesta concreta que nos hace el Director de esta revista para que opinemos sobre El periodismo post pandemia», ¿Todo ha cambiado para que todo siga igual?, yo voy a responder con una reflexión abierta sobre algo que me parece preocupante, porque los métodos y los medios que hemos utilizado para tener reuniones telemáticas o participar en ruedas de prensa, han permitido que muchos ciudadanos presencien desde sus casas un espectáculo nada edificante de colegas imitando a los políticos en su faceta más intolerante.

Esta conducta que parecía propia del clan de los contertulios con camiseta de uno u otro partido la han adoptado como propia, durante estos largos meses de pandemia, algunos plumillas que en vez de hacer preguntas reprochaban a los portavoces que fuesen demasiado de derecha o demasiado de izquierda, y con similar, aunque más grave intolerancia, había políticos que se negaban a responder a algunos periodistas si no eran de su cuerda ideológica.

Cuando un periodista empieza a comportarse como un político acaba pareciéndose a ellos y pierde el sentido del pudor y los límites de la vergüenza.

Siempre se ha dicho que la base de una buena entrevista consiste en saber escuchar, porque de esa forma el entrevistado se relaja, no ve venir la repregunta y acaba contándote hasta lo que no pensaba haberte dicho nunca.

Pero algunos periodistas no saben escuchar, ni administrar los tiempos para conseguir la información, porque creen que ellos son más importantes que la fuente informativa y trabajan en este oficio con la misma sutileza que un descargador de sacos de cemento.

Creo que esta situación se ha exacerbado durante la pandemia a causa de la vulgarización de este trabajo esencial, que sigue manteniendo su dignidad en otras áreas informativas donde los profesionales tienen perfectamente claro cuál es su misión en la sociedad, pero de la misma forma que el periodismo durante la pandemia ha sabido hacer una labor de interés social en las áreas de salud, economía, relaciones laborales,  cultura ,información  internacional o deportiva,  debería tomarse un respiro reflexivo para regresar a un camino más informativo  donde la objetividad prime sobre la especulación, no pocas veces interesada.

Hoy cualquiera tiene un teléfono para grabar un video o hacer una proclama. La tecnología ha permitido que muchas voces de ciudadanos ajenos a esta profesión se conviertan en fuentes informativas y de opinión sobre lo que sucede en nuestro país, pero la objetividad, el rigor y un cierto código ético no les obliga a ellos sino a nosotros.

Por eso lo importante no son los nuevos medios de los que disponemos para informar sino la antigua cultura ética que siempre presidió nuestro trabajo.

Diego Armario