
DESCENTRADA
La presidenta de la Junta de Andalucía está descentrada. No es que esté más o menos azacaneada de la ceca a la meca como corresponde a los primeros compases de una precampaña electoral. No. Eso sería hasta lógico. Lo de ahora es más una cuestión ideológica, o ni siquiera eso en este mundo en el que ya no quedan ideologías dignas de tal nombre si exceptuamos las píldoras comprimidas con que los líderes hacen pasar sus mensajes en las redes sociales.
Susana Díaz había adelantado las elecciones andaluzas a diciembre para tener las manos libres y no verse condicionada en los pactos poselectorales por la cercanía de las municipales y autonómicas en que tocarán a rebato todos los partidos para hacerse con la mayor cuota de poder posible. Díaz, con su movimiento de adelanto y el augurio de que no habrá mayorías claras, buscaba que la oposición a su derecha y a su izquierda cargara con la responsabilidad de dejar en suspenso su investidura antes de que se cocinaran los acuerdos en torno a los ayuntamientos.
Por supuesto, con ella misma en el centro del tablero, como reina madre de los andaluces a la que los opositores tendrían muy difícil negarle al menos la abstención que la invista de nuevo presidenta. Díaz planteaba una situación muy parecida a la de 2015 en la que acabó imponiéndose como la única capaz de formar gobierno con la aquiescencia de Ciudadanos para desbloquear la situación después de ochenta días.
Pero tres años después, las cosas han cambiado a una velocidad increíble. Y Susana Díaz se ha quedado descentrada. Primero la negativa del partido naranja de Rivera a prestarle sus votos y luego el ofrecimiento envenenado de Teresa Rodríguez han dibujado un panorama muy diferente al que ella soñaba por cuanto el electorado andaluz tiene ante sí dos bloques políticos perfectamente delimitados: a un lado, PP y Ciudadanos disputándose el voto desde la derecha más apegada a los viejos hábitos de la dictadura hasta el centro reformista; en frente, PSOE y Adelante Andalucía pugnando por los sufragios que van desde la socialdemocracia clásica hasta los radicales antisistema.
Justo lo que la presidenta quería evitar, verse encastillada en la izquierda y abocada a aceptar la mano tendida que le ofrecería la confluencia de Podemos e Izquierda Unida. Y lo peor de todo es que no sabe cómo atacar esa división en dos mitades del electorado, que claramente le perjudica. Se le pueden escapar votos por su izquierda a porrillo.
Descentrada, acosada en el frente judicial con la triple tormenta del chanchullo de los ERE, el gasto de dinero público en prostíbulos y ahora el descontrol de las transferencias, Susana Díaz afronta una campaña que, ni de lejos, es la que había imaginado cuando convocó los comicios. A ver qué sale.
Javier Rubio ( ABC )
viñeta de Lida Galmor