
En la España de hoy podemos ver una fotografía diurna y otra nocturna que nos hielan el corazón. La primera son las colas del hambre donde a diario acuden varios miles de personas que se codean, hasta que les llega el turno en el que les dan unas bolsas con comida, con los habituales hombres y mujeres que viven desde hace años en una situación de exclusión social.
La otra fotografía hay que hacerla con luz artificial porque al abrigo de la noche salen a la calle gente en su mayoría bastante joven , que quema contenedores y apedrea a la policía y, de paso, asalta comercios o tiendas de marca y afana todo lo que pueden llevarse gratis al grito de ¡libertad! A veces la mejor perspectiva para observar lo que sucede en la tierra no es la que ofrece la visión aérea del Falcon desde el cielo, sino bajarse a pie de tierra.
El primer grupo de ciudadanos honrados que han perdido su trabajo y están a la espera de recibir ayudas como sucede en otros países de Europa, no necesitan bicicletas de marca, ni televisores de 20 pulgadas, ni joyas de las que sustraen con violencia algunos de los manifestantes, sino trabajo y ayudas sociales, pero así son las dos Españas que no se diferencian por su ideología sino por su responsabilidad y honradez.
Las medidas de confinamiento, el toque de queda y el cierre anticipado de los comercios suponen una incomodidad que unos aceptan con responsabilidad, otros a regañadientes y otros protestan porque ven cómo se arruinan los negocios de los que viven honradamente, pero junto con los negacionistas que son directamente unos seres estúpidamente estúpidos y esféricamente ignorantes, está el lumen de una sociedad inculta y manipulable.
Sin embargo, la sociedad en general se está comportando con responsabilidad, sentido solidario y una paciencia infinita ante la gestión más inútil de las que se conocen en el contexto geopolítico en el que vivimos.
Fuera de nuestras fronteras también se producen protestas violentas porque nuestros vecinos no se libran de su cuota de cabestros, pero al menos los gobiernos en toda Europa están dando eficazmente ayudas sociales y congelando o bajando temporalmente los impuestos a empresas y ciudadanos más desfavorecidos por la crisis.
En España sucede lo contrario. Hasta las mascarillas siguen gravadas con un IVA que las convierte en un artículo de consumo difícilmente asumible por las economías más débiles, porque cuando un gobierno no sabe cómo crear empleo o ayudar a que se destruya la cantidad mínima de puestos de trabajo, se lanza a empobrecer a los únicos que producen beneficios para esquilmarlos y así garantizarse sus privilegios.
Somos un país que sobrevive a pesar de los indeseables que duermen tranquilos sin asumir su cuota de responsabilidad en este desastre.
Diego Armario