
EL ABANICO
La gala de los premios Goya habría que hacerla cuatro veces al año porque es un espectáculo que mantiene a la gente sentada sonriendo al menos durante cuatro horas, los presentadores dicen gracietas, un grupo de profesionales del cine que ese día se visten como si estuviesen e Hollywood reciben premios muy merecidos a su labor y, lo que es más importante, Pablo Iglesias cambia su uniforme de albañil de fin de semana por un smoking de Zara y Pedro Sánchez, por no ser menos, se pone esa corbata que le sobra cuando va a una recepción en el Palacio Real .
Eso se le llama protocolo, que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define como el “conjunto de reglas de cortesía que se siguen en las relaciones sociales y que han sido establecidas por costumbre”, de donde podemos deducir que para Pili y Mili las instituciones democráticas como son el Parlamento o la residencia oficial del Jefe del estado no son merecedoras de esas buenas maneras y ese saber estar.
Aunque parezca que les estoy criticando -¡nada más lejos de mi costumbre o intención! – no es así porque como decía mi abuela que en paz descanse, “más vale acertar una vez que equivocarse siempre” y gracias a la Academia del Cine dos descarriados de las reglas de cortesía como son éstos personajes de ocasión, se adecúan al respeto que merece la Gala de los Goya.
“A más a más”, que diría mi amigo Puigdemont si hablase castellano, cuando Iglesias y Sánchez van a la gala anual del cine español se prestan a posar como les pidan y a comportarse como esté previsto ese día en el guion del evento porque son muy aficionados, especialmente el maniquí de Zara, a convertirse en porta pancartas reivindicativas.
En la foto que acompaña esta reflexión bien intencionada podemos observar con qué garbo sostienen ambos personajes un abanico rojo con la leyenda “+ mujeres” , cosa que no hicieron otros muchos asistentes a la gala que tal vez pensaron que la mayor presencia de mujeres en papeles cinematográficos y en las candidaturas a los Goya depende de los propios productores cinematográficos y directores que tan ricamente estaba allí sentados como si la cosa no fuese con ellos, pero allá donde haya una pancarta siempre hay un tonto que la sostiene aunque no sepa por qué.
En cambio mis colegas que son muy aficionados a apuntarse a un bombardeo solo repararon y criticaron a Arturo Vals que se atrevió a decir que era partidario de que en la fiesta del cine español se hable fundamentalmente de los problemas reales de esa industria cultural que a muchos nos regala momentos felices.
Diego Armario