
» EL BIEN PAGAO »
Si de algo no puede acusarse al Gobierno socialista es de tacañería a la hora de recompensar la fidelidad. Cuando uno es amigo del presidente puede ir en Falcon a ver un concierto de The Killers, y si está en la órbita del partido puede acabar presidiendo la empresa pública del uranio sin tener idea de lo que es un isótopo radioactivo, o ser propuesto para pilotar la ingeniería estatal de infraestructuras sin saber cómo funciona una catenaria.
Pero entre todos los premiados por los socialistas es José Luis Escrivá, el nuevo ministro de Seguridad Social, el que se lleva la palma. No se puede decir de él que no conozca la materia que le ha sido encomendada, al contrario. Es un gran experto en finanzas públicas y por supuesto en pensiones.
Domina los secretos de la política monetaria y también las tripas de la fiscalidad. Su perfil técnico ha sido encomiado hasta el atragantamiento estos últimos días. Y precisamente por ello es relevante recordar que fue este señor quién avaló las fantásticas previsiones que Nadia Calviño presentó en la precampaña del 10-N. Unas cifras que sirvieron a los socialistas para rebajar el temor a una nueva crisis económica justo antes de las elecciones.
Aquel cuadro contenía estimaciones tan optimistas como un crecimiento del 2,1 por ciento para 2019. Su presentación recibió como respuesta la incredulidad de las casas de análisis y de los principales organismos internacionales e inclusó motivó una buena bronca de Bruselas a España por su «riesgo de desviación significativa».
Pero entonces apareció nuestro amigo Escrivá, que presidía la AIReF, una autoridad independiente creada por Mariano Rajoy para vigilar que los gobiernos no trampeen las cuentas públicas. El hoy ministro de la Seguridad Social consideró «verosímil» el crecimiento que presentaban los socialistas, otorgándoles el salvoconducto que necesitaban tras la cascada de críticas.
No en vano, el hecho de que Escrivá hubiera sido nombrado por el gobierno popular unido a sus profundos conocimientos de las finanzas públicas hacían que su aval cotizara muy caro. Culpó al INE de las diferencias entre las estimaciones y el presidente de este instituto, designado un año antes por los socialistas, aguantó el chaparrón con la boca bien cerrada. Un apunte importante.
El mandato de Escrivá llegaba a su fin este febrero sin posibilidad de renovación. Pero una vez avaladas las cuentas de Calviño empezó a correr el rumor de que el Gobierno le buscaba un nuevo destino por los servicios prestados. Lo que nadie apuntó es que sería tanto como un ministerio. Calviño quedó bien contenta, desde luego.
El nombramiento del nuevo titular de Seguridad Social como antes el del magistrado Fernando Grande-Marlaska en Interior evidencia también que el PP busca la neutralidad de las instituciones en mayor grado que el PSOE. Hoy son ministros socialistas dos profesionales que Génova había propuesto para desempeñar cargos en organismos independientes fijándose en su trayectoria profesional y no en su fidelidad política.
Algo que no puede decirse de la elección de la exministra Dolores Delgado como Fiscal General. Ningún presidente del Gobierno se había atrevido a llegar tan lejos. Una decisión tan obscena y dañina para la imagen de una institución autónoma solo encuentra explicación en que Sánchez aspire a tomar su control.
Este PSOE no tiene pudor ni respeto por las instituciones. Y lo peor es que no se preocupa por disimularlo. Cuando pierda el poder hará falta mucho trabajo para reparar todo el daño que está infligiendo.
Ana I. Sánchez ( ABC )