EL CAMIÓN DE LA BASURA

La  acampada es el último recurso de cuando una causa ha degenerado. Después de la acampada sólo queda que pase el camión de la basura. El barraquismo que estos días se ha instalado en la plaza Universidad de Barcelona, entre Gran Vía y San Pedro, no es una resistencia: es una dejadez. Hay más basura que ideas. Más drogas que libros. Más preservativos que puños al viento.

La inconsistencia todo lo reduce a suciedad, a la holgazanería de los que demasiadas drogas les han hecho olvidar por qué se quejan -si es que alguna vez se quejaron por algo que no fuera el comodísimo negocio de quejarse. Los acampados de Universidad no representan nada ni a nadie y su arrastrarse callejero es la merma de un independentismo que cada vez tiene más parte desechable y menos producto aprovechable.

Cuando llegan los peludos con sus tiendas de campaña es hora de rendirse y de llamar a las señoras de la limpieza. Que Ada Colau les permita este exhibicionismo de su sórdida insalubridad, y que corten el tráfico y en una zona tan sensible de la ciudad, tiene que ver con la otra gran indigencia que sufre Barcelona, que es la severa limitación política, social e intelectual de su alcaldesa.

Barcelona está haciendo en los últimos años todo lo que puede para herirse, para lesionarse, para empobrecerse. Es un largo y tristísimo blues, una amargura que no empaña de momento su hermosura, una erosión lenta pero incesante que creemos que no existe porque todavía somos ricos, pero que poco a poco nos va secando la esperanza y el futuro.

Los acampantes de Universidad son los buitres que han acudido a por la carroña de lo que hace un tiempo fue una causa con sus posibilidades y sus personas de buena fe que la defendieron, pero hoy ya convertida en alimento para cínicos y aprovechados.

A pesar de lo aparatoso de las barricadas y de lo sucio de las acampadas, lo que llevamos viendo en Barcelona desde hace algunas semanas es el fin de trayecto de lo que no pudo ser. Un sueño que no quiere morir porque de él dependen demasiadas vidas atrofiadas de subvención y pasteleo que no podrían vivir sin dopaje, sin mentira, y en la realidad hace mucho frío.

Cuando el viento frío de la noche -todo lo frío que puede ser en Barcelona- levanta algunas de las tiendas de campaña, dentro no hay nadie. Como casi todo lo que ocurre en mi ciudad, esto es una frivolidad de niños malcriados que cuando se cansen de hacer la parodia del soldadito correrán a resarcirse entre las faldas de su madre.

Salvador Sostres ( ABC )