
La noticia de que Pablo Iglesias quiere ser un concejal venido a más, y ocupar un escaño de diputado autonómico en la Comunidad de Madrid, me ha pillado con el pie cambiado y me hace pensar que, como no da puntada sin hilo, detrás de esa decisión existe una estrategia que va más allá del gesto que algunos interpretan como una muestra de generosidad política y entrega a su causa.
Como no puede evitar la grandilocuencia frailuna cada vez que utiliza el sotto voce para imprimirle a su discurso un cariz confidencial, ha dicho que cambia la vicepresidencia del gobierno de España por un sillón en el Palacio de Cibeles para “detener el avance de la derecha criminal”.
Le habría bastado con decir “la derecha ladrona”, que algo de ese tienen en su currículum político los del PP de Madrid que han precedido a éstos, pero en el ADN ideológico, histórico e histérico de Iglesias Turrión, está esa apelación que, siendo grave, a él le resulta familiar.
Sabe que la verdadera batalla que está dando el PP contra el gobierno de Sánchez no la lidera Pablo Casado sino Isabel Díaz Ayuso, y antes de que sea demasiado tarde quiere entrar con ella en el cuerpo a cuerpo, en el terreno de Madrid que es donde la derecha y la izquierda confrontan sus ideas sin complejos.
Nunca antes, de una forma tan patente como hasta ahora, la Comunidad de Madrid había sido el símbolo de la batalla ideológica en España entre la derecha y la izquierda, y es así porque ni Ayuso ni Iglesias tienen complejo en reconocer y defender lo que son y representan: dos formas distintas de entender la vida y en consecuencia la libertad.
El que es hoy vicepresidente de gobierno, sabe que en Moncloa tiene menos protagonismo del que tendrá en Madrid, porque junto a Sánchez es un segundón que a ratos saca el moño a pasear, pero en la Comunidad Autónoma con más protagonismo y prestigio internacional de España, será mucho más que la cola de un león.
Estoy persuadido de que cambia de escenario, para salir reforzado en las próximas elecciones generales, porque de haber continuado en Moncloa carecería de argumentos para competir contra Sánchez y “su persona” en una convocatoria en plena crisis económica.
En Madrid dará permanentemente la batalla de las ideas contra un sparring que no huye de entrar al trapo de la provocación. De paso, Iglesias se quedará con los votos del grupo de Errejon, que es posible que se queden si acta.
En esta pelea va a haber demasiado mirón que será de piedra y, como mucho, dará tabaco.
Diego Armario