EL CONSENSO DEL GÓLGOTA

Es injusto, es innecesario y, además, no basta, porque cuando la injusticia es la ley de la política nunca es suficiente. Jamás basta con un poco de sangre Inocente. Debe morir. Sea.

Para que su conciencia despierte renacida, Pilatos convoca la fiesta de la democracia y somete al plebiscito popular la vida o la muerte del Inocente, pues la Verdad no depende de su propia naturaleza sino de la voluntad popular.

Unas masas intoxicadas de miedo y mentiras, jaleadas por sus pastores y amenazadas por sus guardianes, gritan destempladas y excitadas “¡crucifícale, crucifícale, crucifícale!” mientras la risa destartalada de Caifás jalona la Vía Dolorosa, iza la Cruz, cumple la Profecía y corona de espinas al Inocente sobre el consenso del Gólgota.

Sabe lo que ha hecho y en un último gesto de pragmático cinismo se lava las manos por lo que ha hecho. Las manos, no la conciencia, donde eternamente clama el eco de Claudia Prócula “No condenes a ese Inocente” frente al bramido democrático de la masa “¡crucifícale, crucifícale, crucifícale!”

No debe morir, pero tiene que morir. Esa es la cínica sutileza con la que Pilatos le lava las manos todos los días desde hace dos mil años a los gobernantes y a los sacerdotes, a los jueces y a los políticos que heredaron su toga y su ejemplo.

Eduardo García Serrano ( El Correo de España )