EL MALEFICIO DE PABLO IGLESIAS

Ha causado general mofa una declaración compungida del doctor Sánchez en las que confesaba que no dormiría por la noche si hubiese concedido ministerios a personas próximas a Pablo Iglesias. ¡Oh, pueblo desleal y desagradecido, que haces escarnio de las tribulaciones de quien se desvela por asegurar tu bien!

¿Es que nadie en España tiene sensibilidad para reparar en el dolor trágico que esa declaración encierra? El doctor Sánchez, cuya primera decisión como presidente del Gobierno fue cambiar el colchón de la cama, durmió a pierna suelta después de nombrar ministros a una panda de defraudadores fiscales, coleccionistas de sociedades instrumentales y especuladores bursátiles que venden acciones de las compañías que administran; y a toda esta patulea las masas cretinizadas la llamaron «gobierno bonito».

Pero, ¡ay!, poner ministerios en manos de podemitas habría provocado al doctor Sánchez graves problemas de insomnio, haciendo inútil el cambio de colchón. ¡Cuánto desvelado amor por España asoma en esa confesión! Y, por evitarnos el mal trago de sufrir como ministros a unos perroflautas piojosos, el doctor Sánchez convoca unas nuevas elecciones que le permitan nombrar de nuevo a defraudadores y especuladores, para que todos los españoles podamos dormir tranquilos, sabiendo que el dinero público está en óptimas manos, expertas en pelotazos y remanguillés fiscales.

Y así, inquieto de purísimo y abnegado amor a España, el doctor Sánchez espera de paso fulminar las posibilidades electorales de Pablo Iglesias, que como todo el mundo sabe es un archivillano tremendo, responsable por telequinesia de todas las calamidades que afligen a España. El doctor Sánchez piensa que fulminando a Pablo Iglesias por fin volverá a conciliar el tan añorado sueño, como pensaba Macbeth que volvería a conciliarlo después de dar matarile a Duncan.

Pero no sabe todavía el doctor Sánchez que el nombre de Pablo Iglesias seguirá envenenando sus sueños; y que por las noches se aparecerá en su alcoba, como un íncubo perverso, convirtiendo su lecho en un potro de tortura. Cada vez que el doctor Sánchez repose sobre el colchón de su cama matrimonial pensará que reposa sobre la mullida barriguita de Iglesias; cada vez que el somier chirríe pensará que Iglesias ríe con una carcajada sardónica; cada vez que atuse los cabellos de Begoñísima pensará que está atusando la coleta de Iglesias; cada vez que llore contra la almohada pensará que llora contra la chepa de Iglesias; cada vez que se dé un golpe contra el cabecero de la cama pensará que Iglesias le ha propinado un mojicón o un pollazo; y así toda la noche, sin poder pegar ojo, en un delirio sin descanso.

Y este tormento se irá infiltrando lentamente en su vigilia. El doctor Sánchez empezará a ver, deambulando por su gabinete, o trepando por las paredes del Palacio de la Moncloa, o pegándose un remojón en la sopera, pequeños homúnculos de coleta lustrosa y sonrisita aviesa que le repetirán aquella maldición shakespeariana: «Que el insomnio habite la alcoba donde reposas».

Y, torturado por las alucinaciones, el doctor Sánchez desatenderá los requerimientos de Begoñísima, dejará de confiar en sus consejeros áulicos, incluso perderá el gusto por viajar en Falcon a bodas y conciertos, y empezará a deambular por los pasillos farfullando palabras ininteligibles, con una vela en la mano y los ojos siempre abiertos e inyectados en sangre.

Y de todas estas calamidades serán responsables quienes hoy se burlan, haciendo chirigota de las palabras del doctor Sánchez, que nos avisaban del maleficio que el archivillano Pablo Iglesias ha arrojado sobre él.

Juan Manuel de Prada ( ABC )