EL PUNTO DE MIRA

Los «fusilamientos» de Iglesias, Sánchez y Marlaska son una bajeza y al taxista de Málaga que se ha ufanado en tirotearlos le caben todos los improperios que se nos ocurran.

Ese hombre está como una chota. Pero supongo que al Ministerio del Interior y a la Abogacía del Estado le preocupan por igual esos balazos que la quema de fotos del Rey en Cataluña, aquella frase del líder de Podemos en la que pedía disculpas «por no romper la cara a todos los fachas con los que discuto en la televisión», los muchachos de las Juventudes Socialistas que cortaron la cabeza de Rajoy con una guillotina, los participantes de las fiestas del pueblo de Coripe que en la tradicional quema del judas le metieron fuego a Puigdemont, los que achicharraron a Rita Barberá…

La libertad de expresión es así de hermosa. Ampara incluso a los bárbaros. Por eso hay que echarse a temblar cuando los políticos usan las instituciones del Estado para perseguir a los contrarios incluso cuando se trata de auténticos animales. Lo que está mal, está mal. Eso nunca depende del quién, sino del qué. Pero el actual Gobierno actúa con puño de hierro y mandíbula de cristal. Reacciona a las críticas con gestos que delatan su esencia autoritaria.

¿Por qué cuando el rapero Hasel canta «muerte a los Borbones» o «no me da pena tu tiro en la nuca» Pablo Iglesias apela a la libertad de expresión y cuando un colgado hace prácticas de tiro con una foto suya como diana denuncia «amenazas de muerte de estos pseudocomandos de la ultraderecha»?

¿Por qué el líder de Podemos puede decir que le gusta quien se dirige a los mercados exclamando «cuidado, las pistolas las tengo yo» y no acepta que esas mismas pistolas las use otro? ¿Por qué para los populistas es divertido que unos independentistas jueguen en Vic a tirar dardos a una imagen de Felipe VI y, sin embargo, se escandalizan cuando otros se entretienen apuntando a sus fotografías?

Es fácil contestar a esto: porque ellos son demócratas cuando reciben y sátrapas cuando dan. Como en su osamenta ideológica el fin siempre justifica los medios, hacer escraches contra la derecha está bien, pero recibirlos es un ataque a su libertad. Lo justo es siempre lo que ellos digan.

Desgraciadamente, la clase política ha fomentado el frentismo para defender sus nichos electorales antes que el bien común y en estos momentos la sociedad española está absolutamente polarizada. Cualquier cosa vale contra los adversarios.

Cualquier cosa sirve a favor de los nuestros. Por eso la clase media, que es la que sostiene las estructuras del bienestar, está machacada. Si opinas que el prenda de la galería de tiro de Málaga es tan mamarracho como el rapero que celebra las bombas que pone ETA te acusan de ser equidistante. Y es justo lo contrario. Abominar de todas las burradas por igual es posicionarse en el lado de la democracia y contra los radicales que aplican la justicia «ad hominem».

Si el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ya sentenció que quemar una foto del Rey no es un delito de injurias contra la Corona en tanto que es un hecho amparado por la libertad de expresión, ¿por qué tiene que ser delito que un loco dispare a fotografías de miembros del Gobierno? Una cosa y la otra son barrabasadas protagonizadas por gentuza independientemente de quiénes sean las víctimas de cada tropelía.

Al malagueño que apunta a Echenique hay que tenerle la misma consideración que al tal Hasel. Ninguna. Pero no vale que la Abogacía del Estado persiga a uno y defienda al otro, salvo que, como ya sabemos, no sea del Estado sino del Gobierno. Los «fusilamientos» de Sánchez e Iglesias, los dardos a Felipe VI y la guillotina de Rajoy son la misma cosa. Lo único que cambia es el punto de mira, en cuyo centro siempre está nuestra libertad.

Alberto García Reyes ( ABC )