
Faltan poco más de quince días para las elecciones catalanas, que el TSJC mantiene convocadas de forma cautelar para el 14 de febrero, y prácticamente ninguno de los partidos en liza quiere desvelar su política de alianzas.
Se da por seguro, teniendo en cuenta la fragmentación del voto en Cataluña, que ningún partido alcance la mayoría absoluta y, un buen seguro, tampoco es probable que sea un objetivo factible ni siquiera para una coalición entre dos formaciones.
La operación de los socialistas de vuelcos colocar a Salvador Illa, a estas horas aún ministro de Sanidad, como cabeza de lista del PSC ha dado unco al tablero. Usando de forma impúdica su doble condición de candidato y ministro, Illa se autoerige en presidenciable y de puente entre el independentismo y las fuerzas constitucionalistas.
Frente a ello, Inés Arrimadas sorprendió ayer mostrando la disposición de Ciudadanos a gobernar junto al PSC. Este ofrecimiento llega un día después de que el candidato de la formación naranja calificara de «desastre» el efecto Illa y augurara una reedición del procés en caso de que los socialistas catalanes apostasen por un tercer tripartito.
Por otro lado, sectores de ERC no descartan que, si dan los números, el PSC pudiera tejer una alianza con Junts, replicando el paso dado en la Diputación de Barcelona.
Todos estos movimientos revelan el tacticismo electoral y la ausencia de voluntad a la hora de aclarar la política de pactos, lo que en última instancia podría derivar en la cronificación de la interinidad que padece Cataluña desde el fracaso del golpe separatista del 1-O.
El Mundo