Como unidad de destino en lo telemático, pareja revelación de la temporada parlamentaria y del metaverso sanchista, Meritxell Batet y Alberto Casero han evitado, con mano izquierda y mano tonta, respectivamente, que se le vea el hilván al Frankenstein que cosió con primor Rubalcaba para asustar a España y vindicar el expresionismo de las primeras versiones cinematográficas del monstruo, justo en un momento en que lo de dormir tranquilo se puso de moda entre la gente de izquierda y progreso, asustadiza pero envalentonada.

Pese a la tirantez, los puntos de sutura aguantan, y ahí están los socios de Pedro Sánchez, muertos en vida, para hacerse la autopsia y mostrarla a las puertas de las Cortes, pasaporte Covid para lo que resta de legislatura. Como en tantas otras cosas, menos superficiales, Gabriel Rufián y Aina Vidal coincidieron ayer por lo semántico al referirse a la crisis entreabierta en la coalición de la moción de censura y costura.

El portavoz de ERC habló de los «rasguños» que ha dejado la reformita laboral de Yolanda Díaz, mientras que la representante de la confluencia catalana de Podemos, también liada con el esparadrapo y la mercromina, reconoció que todos han salido «magullados».

Poca cosa. Médica y madre, María Jesús Montero diría lo de que «eso no es nada, chiqui», parte de lesiones de una enganchada tras la que cada uno se lame las heridas por separado. Las de ERC y Podemos responden al mismo patrón, semántico y estratégico, y comparten tratamiento público.

Sánchez, quien los metió en todo esto, se cura por lo privado.