Evidentemente, lo del elogio es un puro eufemismo, que tiene por finalidad poner de manifiesto hasta qué punto quien comete estupideces es capaz de presentarlas como logros en beneficio de todos (cuando solo se beneficia quien comete la estupidez).

Va de suyo, por tanto, que la pura estupidez no es, en modo alguno, digna de elogio sino de reproche, pero el hecho de ser presentada como un logro es, en si mismo, algo semejante al elogio (infundado, claro está). Es por ello que tomo prestado el título del magnífico libro de José Antonio Marina (“Elogio y refutación del ingenio”) para quien el ingenio es esencialmente un proyecto de la inteligencia para vivir jugando, a salvo de la lógica, la moral y la realidad.

La cultura de este siglo ha buscado la ingeniosidad con denuedo y con un punto de desesperanza, ya que se trataba de un fenómeno que significaba el despliegue de una libertad que ha entrado en crisis ahora. Pero desde hace ya algún tiempo parece que la estupidez ha usurpado el protagonismo al ingenio, fenómeno estudiado por Carlo Cipolla, un historiador económico italiano, quien estudió las causas que han provocado determinadas situaciones económicas y sociales a lo largo de la historia.

Entre estas causas se encontraba -como no- la estupidez humana, debida, en muy buena parte a la abundancia de los estúpidos, la más peligrosa categoría de seres humanos, que nos rodean por todas partes, dispuestos a hacernos daño (y hacérselo a sí mismos). Y tras unas consideraciones generales, enuncia hasta cinco leyes por las cuales se rige la estupidez humana, que pueden ser sintetizadas como seguidamente se expone.

La Primera Ley de la estupidez humana afirma que siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo. Por muy alta que sea la estimación cuantitativa que uno haga de la estupidez humana, siempre quedan estúpidos, de un modo repetido y recurrente, debido a que::i)

Personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan después, de repente, inequívoca e irremediablemente estúpidas y que ii) día tras día, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen de improviso e inesperadamente en los lugares y en los momentos menos oportunos.

La segunda Ley de la estupidez dice que la probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona. La prueba de que la educación y el ambiente social no tienen nada que ver con la probabilidad la proporcionan una serie de experimentos llevados a cabo en muchas universidades del mundo.

Tanto si se analizaba una universidad grande como una pequeña, un instituto famoso o uno desconocido, se encontró que la misma fracción de profesores estaba formada por estúpidos. Fue tal la sorpresa ante los resultados obtenidos que se resolvió extender las investigaciones a un grupo especialmente seleccionado, a una auténtica «elite»: a los galardonados con el premio Nobel.

El resultado confirmó que una fracción de los premios Nobel estaba constituida por estúpidos. Este resultado es difícil de aceptar y de digerir, pero existen demasiadas pruebas experimentales que confirman básicamente su validez

La Tercera Ley presupone, que todos los seres humanos están incluidos en una de estas cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos. Así, i) los   Inteligentes: benefician a los demás y a sí mismos, ii) los Incautos: benefician a los demás y se perjudican a sí mismos, iii) los malvados: perjudican a los demás y se benefician a sí mismos, y finalmente, iv) los estúpidos, que perjudican a los demás y a sí mismos. Todo ello, sin perjuicio de añadir a la lista a los vanidosos que si suman esta condición a la de estúpidos, se vuelven aún más peligrosos (de ellos hablaré más tarde).

La Cuarta Ley afirma que las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, olvidan constantemente que, en cualquier momento y lugar, y bajo cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un manifiesto error. En definitiva, se pueden prever las acciones de un malvado, sus sucias maniobras y sus deplorables aspiraciones, y muchas veces se pueden preparar las oportunas defensas, pero con una persona estúpida todo esto es absolutamente imposible.

Finalmente, la Quinta Ley afirma que la persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe. El corolario de la ley dice así ya que el estúpido es infinitamente más peligroso que el malvado.  El punto esencial que hay que tener en cuenta es que el resultado de la acción de un malvado perfecto representa pura y simplemente una transferencia de riqueza y/o de bienestar.

Por ello, si todos los miembros de una sociedad actuaran malvadamente por turnos regulares, no solamente la sociedad entera, sino incluso cada uno de los individuos, se hallaría en un estado de perfecta estabilidad. Pero cuando los estúpidos entran en acción, las cosas cambian completamente.

Las personas estúpidas ocasionan pérdidas a otras personas sin obtener ningún beneficio para ellas mismas y, por consiguiente, la sociedad entera se empobrece.

Jose Luis Villar ( El Correo de España )