¿Qué incurable herida del odio frentepopulista y de sus cómplices les sigue impidiendo pronunciar la palabra «España»? No se sienten españoles. A decir verdad, no se sienten ya nada que les permita entrañarse en su dignidad de seres humanos dotados de libre albedrío.

De ahí su odio a Franco y a su régimen, porque su única certidumbre es que hablar del franquismo es hablar de España. Y denostarlo es humillar a una patria que odian.

Por eso se encuentran a gusto en su papel de esbirros globalistas. El globalismo carece de identidad. El globalismo también odia a las patrias, a las familias, a las tradiciones… A las raíces, en definitiva. Todo lo que arraiga, todo lo que integra a los seres humanos en la armonía universal, los paraliza.

Abominan de lo que representa el hombre. Tratan de destruir por todos los medios al individuo. De ahí esa sociedad sin clases que globalistas y marxistas preconizan. Sociedad sin clases, sin filiaciones, sin pensamientos, sin latidos…

Bajo tal etiqueta sólo buscan un rebaño de bultos sin alma. Una masa espiritual y mentalmente amorfa, manipulable. Las identidades son para ellos como las cabezas de ajo para Drácula. Para falsificar al individuo es preciso arrancarle su esencia. Y si se empeña en no ser abducido, hay que exterminarlo. A eso se reduce la filosofía globalista y la de sus sicarios. Una filosofía envuelta en propaganda buenista, tras cuya máscara se oculta el más crudo terror. Una trampa doctrinal, sanitaria, química. Una trampa ingente, intemporal. Aciaga.

Pero para muchos ser siervo o incluso ser un no-muerto resulta placentero. Sobre todo si te prometen una felicidad sin compromisos. Una comodidad de bestia con pesebre y sexo. Ese es el estado ideal para las muchedumbres de hogaño. El nirvana. Como no podía ser de otra forma, amo y respeto la dignidad del individuo, su arbitrio, pero reniego del hombre que escupe sobre esa misma libertad que le donó la naturaleza.

Porque siento que los crímenes que están cometiendo las malas gentes que dominan el mundo, se apoyan en la inmundicia de unas multitudes subsidiadas, burriciegas, desclasadas, mediocres… a las que hay que añadir los lotes de los que no se enteran de nada -o no quieren enterarse- y que, como no opinan, no entran en baremo.

Todo ser humano debiera saber de qué materia están hechos sus sueños, pero la mayoría parece ignorarlo y sólo es dueña de sus miserias y servidumbres. Por eso chapotea gustosa entre la corrupción y la esclavitud. Y, en su gimnástica paz de ameba tatuada, soporta esta etapa superior de todas las perversiones que ahora nos invade y que conocemos como antifranquismo y globalismo, con su oportuno virus de regalo en el mismo paquete.

Eso es lo que rige hoy en España, un país literalmente humillado por el despotismo de los poderes fácticos y de sus lacayos.

Enhorabuena, Satanás.

Jesús Aguilar Marina ( El Correo de España )