La opacidad con que el Gobierno maneja sus asuntos internos es directamente proporcional a la transparencia con que sus socios lo ponen mirando a las mesas de diálogo, camas redondas en las que no hay ya espacio para aquella intimidad que, por ejemplo, permitía que José María Aznar se pusiera a hablar catalán. «Hablar en lenguas es una señal no para los creyentes, sino para los incrédulos», dice Pablo en Corintios 14. Pasa el tiempo y cada vez nos vamos entendiendo mejor.

Todo el esfuerzo que el Ejecutivo pone en tapar sus miserias es equivalente al que su mayoría de progreso dedica a dejarlas al aire y la vista. Hay que reconocer que en eso hemos avanzado.

De aquella Transición en la que el bipartidismo camuflaba sus carencias parlamentarias con negociaciones silenciosas y luego silenciadas, tapadas por unos y otros, por turnos, han dado paso a una normalización en la que los suministradores de votos del Ejecutivo utilizan la tribuna del Congreso para humillarlo a través de exhibiciones que no solo revelan la deficiente aritmética parlamentaria de Sánchez e Iglesias, sino la propia fragilidad del Estado, sometido a un mercadeo tan poco edificante como rentable para los intereses de grupos como ERC o Bildu.

Si la ocultación y el disimulo eran hasta no hace mucho la norma, la desinhibición es ahora absoluta. Los únicos que callan, lo dijera o no Pablo de Tarso, son los que otorgan.

Arnaldo Otegui ofreció ayer el Gobierno el apoyo parlamentario de sus diputados a los presupuestos del Estado, a cambio -dijo- del fin de una «dinámica penitenciaria basada en la venganza». Será Carmen Calvo, ministra de Memoria Democrática, la que como experta en venganzas y reversiones históricas se ponga a negociar la semana que viene con los proetarras.

Para darles el pésame de forma solemne está Sánchez, pero para rebobinar el pasado, corregirlo y adecentarlo, nadie mejor que Calvo. En los puentes de diálogo del croquis de Bildu, los presos de ETA son los prisioneros de un intercambio planteado a la luz del día y sin el tradicional vestuario, años cincuenta, de gabardinas cruzadas y sombreros de ala ancha. Ese puente está ahí desde que lo diseñó una banda terrorista.

La novedad consiste en poner en los mapas un lugar al que antes solo se podía llegar de memoria.

Jesús Lillo ( ABC )