ESPAÑA Y LA MUERTE

Quim Torra ha dejado clara la filosofía de su futuro Gobierno. Una retórica épica de construcción nacional y una práctica pírrica, sin concretar los pasos concretos. Pero todo regado con dinero público para los funcionarios y empresas afines al movimiento soberanista. Así, las palabras de Torra contentaron tanto a los votantes ilusionados que sueñan con la independencia como a los que se despiertan con un empleo o ayuda pública.

La república catalana que esboza Torra huele a democracia populista, donde el ejecutivo se somete solo a la mayoría parlamentaria y no al imperio de la ley. Es decir, la antítesis del principio republicano que, desde la Roma clásica hasta EE UU, prevé pesos y contrapesos para impedir los desvaríos presidencialistas. Y tiene también aromas socialistas, como aspirar al “control democrático de la energía”. Pero, de momento, esa república catalana no se come ni se toca.

Lo que sí dará de comer a muchos serán los presupuestos de la Generalitat. Y es ahí donde el Gobierno de Torra pondrá la carne en el asador: aumento del presupuesto en educación, subida de salarios en la sanidad pública, IVA superreducido para bienes culturales… El Govern no dejará de lado a quienes siente cercanos a la causa.

Rajoy nos instó la semana pasada a juzgar a Torra por sus hechos y no por sus artículos o tuits. Pero, a juzgar por su discurso, Torra no pasará a la historia por sus acciones en unos pocos meses como president. Sin embargo, las palabras de Torra a lo largo de años —sobre los españoles expoliadores, las “bestias” que se oponen a la política lingüística o la desaparición de la “raza” de los socialistas catalanes por mezclarse con los españoles— conectan con lo peor de la historia: el supremacismo etnicista. Una república para todos. Siempre que sean de la raza, claro.

Víctor LaPuente ( El País )