
ESTUPIDEZ CONTAGIOSA
En el año 1952, un farmacéutico francés de la localidad de Maillebois , harto de que los conejos que campaban por su finca destrozaran sus plantaciones, descubrió en una revista científica que la mixomatosis había eliminado a todos los animales de esta especie en Australia, y con esa buena nueva creyó haber encontrado la solución al problema que le inquietaba.
Inoculó el virus en uno de los intrusos orejudos que pilló en sus posesiones y consiguió el objetivo que perseguía porque desaparecieron todos los consejos de su finca y además en pocos años la enfermedad exterminó la especie no solo de Francia sino también del resto de Europa. La acción fue calificada con acierto por el economista español Jose María Lozano Irueste, como “el efecto multiplicador de un imbécil”, expresión que define perfectamente los estragos que puede producir una mala decisión tomada por un estúpido.
Esta fuera de toda duda que no existe especie más peligrosa, por incontrolable, que la de los tontos que crean escuela, difunden, como si se tratase de una doctrina, su indigencia intelectual y estimulan la creatividad de sus iguales con ocurrencias que al final provocan daños cuyos efectos se prolongan en el tiempo.
La enfermedad de nuestros días se llama la imbecilidad mediática porque se ha democratizado el acceso de los estúpidos a las tribunas de opinión .Ya no se le exige a nadie currículum académico, experiencia en la materia de la que se habla y ni siquiera sentido común.
Basta saber eructar con personalidad propia y ser una monja argentina, un catalán independentista, un español sin patria, un ácrata que llegó tarde a la revolución, un varón sin más compañía que una copa de güisqui barato o una feminista insatisfecha, entrada en años y en carnes que quiere vengarse de la humanidad, para tener un hueco donde explicar que la culpa de lo que sea, incluidas sus frustraciones, la tiene la puta derecha fascista.
Eso está sucediendo en muchos sitios pero especialmente en España donde una pandemia de simpleza y estupidez lleva camino de superar límites conocidos.
Yo entiendo, aunque no lo comparto, el discurso de Rufián porque cobra para por hacer ese trabajo, o el de Sánchez porque sobrevive gracias a la eterna provisionalidad, o el de Rivera, porque sigue buscando un hueco político sin encontrarlo o el de Casado que no sabe aún cómo recuperar el espacio y el tiempo perdido.
En cambio los mamporreros mediáticos de cada uno de estos partidos pero especialmente los que se apuntan a un bombardeo con tal de opinar de lo que se trate, por mucho que lo ignoren, no tienen perdón de la Santa Inquisición que, si aún existiera, olerían a chamusquina.
Sería impreciso afirmar que nunca existieron tantos tontos opinando al mismo tiempo en nuestro país, porque la historia nos desmentiría, pero lo que no tiene replica posible es el bajísimo nivel de quienes ponen su imagen, su voz y sus escasas neuronas al servicio de lumpen político del momento.
Diego Armario