
FINAL DE PARTIDA
» Acabó, se acabó, acabará, quizás acabe» (Samuel Beckett)
Lo de menos es la fecha. Las elecciones son ya la única salida a esta legislatura muerta. El 26 de mayo, en una loca secuencia con las municipales, insulares, autonómicas y europeas, o el 28 de abril, o el Domingo de Ramos con la España cofrade y nazarena pendiente del comienzo de su gran fiesta.
En cualquier caso, si se celebran en primavera, el juicio del procés estará atravesado como un camión cisterna ardiendo en medio de la carretera. Todo es anómalo, con esa excepcionalidad alborotada de una emergencia, desde que Sánchez se aferró a la idea de exprimir el poder a costa de lo que fuera, incluso de ignorar la evidencia de que el bloque de la moción de censura carecía de cohesión interna.
Su humillación ante el separatismo como última esperanza de supervivencia sólo ha servido para estimular la irritación de la derecha. La moción destituyente de ayer lo devuelve al primer peldaño de la escalera, aunque le quede el consuelo de haber invertido, veremos hasta qué punto, la correlación de fuerzas.
El presidente blasona a menudo de su capacidad para revertir los fracasos. No es una cualidad despreciable, desde luego, quizá la única destacada en un político caracterizado por el cinismo pragmático. Optimista irrevocable, confía en volver a sacar partido de ese rasgo, y hay que admitir que en un escenario tan volátil ningún pronóstico debe ser descartado.
Pero su balance de Gobierno (?) es más que precario; probablemente ni siquiera pueda llevar a efecto su promesa de desenterrar a Franco, un expediente de apariencia sencilla en el que se ha enredado con los plazos. Su gestión ha sido un fake, un trampantojo, un engaño. Ha utilizado el aparato institucional como escaparate publicitario, ha repartido entre sus colaboradores el organigrama de altos cargos y ha derrochado combustible en el Falcon.
Ha roto el consenso constitucionalista para negociar en vano los presupuestos en un centro penitenciario. Y al cabo, nada, sólo la dura evidencia de los 84 escaños y del intento estéril de gobernar a base de decretazos. Ha desperdiciado incluso la oportunidad de revalidar su mandato cuando el viento de las encuestas soplaba a su favor después del verano.
No va más, pues: se acabó la partida y toca barajar y repartir las cartas, que era la mejor opción desde el principio, cuando Sánchez se empeñó en apurar en su exclusivo beneficio el golpe de suerte que le permitió tumbar al marianismo.
En medio han sucedido cosas importantes, como la irrupción de Vox para movilizar un voto conservador deprimido o el retroceso de un Podemos carcomido por el virus del cainismo. Y el problema catalán sigue intacto, anclado en su dinámica de desvarío. Tiempo vencido, caducado, finito. Ahora la oposición tendrá que hacer frente al peligro que siempre entraña obtener aquello que con tanto énfasis había pedido.
Ignacio Camacho ( ABC )