
GANANCIALES
A Pablo Iglesias le va a costar mucho encajar, incluso en el ámbito de su reflexión privada, la evidencia de que el motivo esencial del declive de Podemos fue su decisión de cambiar de casa. Estaba en su derecho, faltaría más, pero esa mudanza burguesa era el símbolo de un desclasamiento incongruente con todo lo que hasta entonces proclamaba, y provocó el lógico crujido moral de sus bases más ideologizadas.
Por supuesto que hay otros factores, entre ellos el nada desdeñable del voto útil de la izquierda a un Sánchez que agitaba el espantajo de Vox como un fantasma, y también el control férreo del partido por un aparato central muy desdeñoso con su exigente y levantisca militancia; sin embargo el chalé era una cacofonía política chirriante, una rémora insalvable para el líder de una formación que hizo de los desahucios su bandera más reconocible y clara.
Por eso no pudo levantar ese lastre presentándose en campaña como víctima de una conspiración de cloaca. Se notaba demasiado el intento de envolver en cortinas de humo el polémico horizonte de La Navata.
En sus inicios como expresión de una corriente social iracunda, Podemos logró eludir ciertas contradicciones éticas diáfanas -la beca de Errejón, el asistente de Echenique, la financiación venezolana-, pero ha adquirido demasiado pronto los denostados vicios de la política clásica.
Y el salto de la VPO de Vallecas a una villa espaciosa, acomodada y nada barata, ha quedado en el imaginario colectivo como la metáfora de una rápida asimilación a la odiosa casta.
Luego están los errores propios de un hiperliderazgo personalista tan invulnerable a la crítica como reiterativo en el fracaso. El principal, entregar el mando de la organización a su pareja, como si fuera un régimen de gananciales, en un rasgo de peronismo dinástico que afiliados y electores no han pasado por alto.
También el típico tic estaliniano de las purgas sucesivas con su consiguiente reguero de damnificados. La fuga de Errejón y Carmena fue una bofetada a dos manos, una revancha multiplicada por la punzante humillación de haber obtenido mejores resultados.
Y por último, la súplica mendicante de una cuota de poder subsidiario en el Gobierno que no mucho antes pretendía tomar por asalto. En un partido como el suyo, de fuerte trazo insurgente, esos bruscos volantazos pragmáticos tienden a parecer nuevas traiciones al primigenio espíritu revolucionario.
El relevo de Echenique para aplacar el descontento sólo es una maniobra de distracción que trata de ganar tiempo hasta negociar con Sánchez la ansiada entrada en el Gobierno.
Es probable que Iglesias aún la consiga aunque ya no sea para él mismo el implorado asiento; alguna factura le va a cobrar este presidente tan poco dispuesto a compartir el éxito.
Pero en todo caso ese Ministerio subalterno ya sólo será el premio de consolación que certifique su desfondamiento.
Ignacio Camacho ( ABC )
viñeta de Linda Galmor