
¿Dónde está la juventud, al menos, la española?. No la juventud por la juventud, sino la juventud revolucionaria. La que busca modificar todo lo que encuentra en un intento de superarla, e ilusoriamente superarla.
Lo escandaloso no son las palabras malsonantes, las frases con menor o mayor contenido sexual, sino la revelación de una total falta de educación, o lo que es lo mismo, una falta de respeto al otro y a sí mismo.
José Antonio (para el hombre con la cultura mínima sabe de quién hablo), en su discurso del 6 de junio de 1934, pronunciado ante el Parlamento de aquella vil II República, resaltó que ningún régimen se sostiene si no consigue reclutar a su alrededor a la generación joven en cuyo momento nace, y para reclutar una generación joven hay que dar con las palabras justas, hay que dar con la fórmula justa de la expresión conceptual. Desde los años setenta a ningún gobierno español le ha interesado reclutar a la juventud de cada momento. Antes, por el contrario, lo que han buscado y obtenido, es una juventud mansa, fiel retrato de la misma sociedad en la que vive.
Los colegios e institutos no solo están para impartir conocimiento (que a la vista de lo que hoy nos encontramos es ínfimo) sino educación. Esta supuesta educación se ha dejado para la familia, cuando tenemos familias cada vez más desestructuradas, cuando el padre divorciado dice una cosa al hijo y la madre, cuando aquél retorna a ella, la contraria. Tenemos, pues, que tanto en la escuela como en la familia no se educa. Entiéndaseme que hablo en un concepto general, pues hay -y lo repito- evidentes excepciones.
Si nuestros jóvenes carecen de la más elemental educación (uno de los pilares del desarrollo cultural), entendida esta no como conocimiento de materias, sino como el conjunto de hábitos y creencias que crean en la persona su dignidad y honestidad, y en definitiva, su grado de personalidad, dado que no tienen un espejo en el que mirarse, ¿qué mas se les puede pedir?
Si los profesionales de la política envenenan la sociedad ¿cómo podemos esperar que nuestra juventud tenga espíritus limpios y libres? Tenemos en ellos lo turbio, lo mezquino, lo degradante en la persona, porque sus mayores son, precisamente, eso: turbios, mezquinos, degradados, perezosos, egoístas e ignorantes.
Los partidos políticos dicen tener juventudes, las que yo no veo en ningún sitio, salvo para servir de palmeros en los mítines y congresos. Hoy las juventudes están a la intemperie, sin norte, sin misión. Y ello porque a la política actual no le interesa la juventud, como no le interesan las personas si no es para que acudan al engaño de las urnas al ser llamados. Claro está que el joven de hoy carece de esperanza, cuando la Vida es la mayor y Gran Esperanza.
Pero si a esta juventud se le inculca que no debe preocuparse por nada, que el papá estado le dará todo lo que necesite, que solo tiene derechos sin contrapartida de las necesarias obligaciones, y que con solo pedir recibirá (en línea de una mala interpretación del evangelio), tenemos una juventud subvencionada en todo y para todo, y no nos ha de extrañar un primitivo comportamiento.
Los gobiernos que no son Estado, como los que tenemos desde esta denominada democracia, tiene olvidada a la juventud. Perdón, me equivoco. No es cierto que la tenga olvidada por omisión involuntaria, no, el olvido es voluntario porque conlleva que esas bocas jóvenes estén cerradas, que no tengan eco, que no tengan formación política, la que dota a cada individuo juicio propio, reflexivo y analítico.
El objetivo de los partidos no es otro que obtener jóvenes silenciosos, sumisos, dirigidos a una sociedad de consumo con un pensamiento único y plano, sin el espíritu para una revolución.
Luis Alberto Calderón ( El Correo de España )