
LA CAJA DE PANDORA
El hombre contemporáneo desprecia el mito. Se ríe de esas historias que tilda de infantiles cuando él, tan creído y tan pagado de sí mismo, es el que no ha salido del infantilismo en el que vive, consume y se consume. Sostiene Borges que una parte importante de las ciencias, sobre todo las humanas como es el caso del psicoanálisis, explica lo mismo que hace dos o tres mil años narraba el mito pero con un lenguaje más pobre.
Plagado de tecnicismos y ayuno de esa belleza poética que esmaltaba el relato con héroes y batallas, con luchas incandescentes y paisajes fantásticos. Ahora todo es gris, previsible, cuadriculado. Y el hombre contemporáneo, tan crecido en su soberbia intelectualoide, es capaz de despreciar los mitos para volver a caer en los errores que esas fábulas nos señalan.
Porque los mitos son eso: advertencias para que no cometamos los mismos estropicios que nuestros antepasados. Así surgió, por ejemplo, la mítica caja de Pandora que contenía todos los males que pueden afectar a la humanidad. Abrirla de forma inconsciente podría originar terribles tormentas para el cuerpo y el alma de la sociedad. El problema estriba en que siempre hay alguien dispuesto a crearse esos problemas que no llevan a ninguna parte. O a un lugar perfectamente evitable: a la destrucción.
En España nos hemos aficionado últimamente a abrir la caja de Pandora a cada momento. No somos capaces de guardar nuestros demonios familiares en un lugar cerrado y lacrado. Nos empeñamos en desatar tormentas ideológicas y nacionalistas, en cavar trincheras fratricidas y en abrir fosas que van más allá del comprensible y piadoso afán de dar a los muertos una sepultura digna, incluso cristiana.
Los derechos inalienables de la mujer se convierten en una tea que incendia los debates. Las fronteras autonómicas se alzan como hachas de guerra. Y la mal llamada memoria histórica se encarga de resucitar los fantasmas del pasado.
En lugar de practicar ese olvido que predica el psiquiatra Enrique Rojas para conseguir la felicidad, nos dedicamos a recordar lo peor de nuestro pasado para insistir en la leyenda negra que nuestros enemigos nos fabricaron. Somos líderes en donaciones de órganos, tenemos una sanidad envidiable, contamos con una protección social que no se ha dado nunca en nuestra historia y que se practica en muy pocos países del mundo, tenemos más universitarios de los que jamás habríamos podido imaginar… Pues nada de eso sirve para callar a los que abren un día sí y otro también la peligrosísima caja de Pandora.
En lugar de buscar la solución, creamos otro problema. El pacto se convierte en chalaneo. El acuerdo, en un complot con la carcundia. El progreso está en la vuelta al feudo medieval, en las fronteras y las lenguas como elementos de confrontación y no de comunicación. Y todo se hace en nombre del progreso.
Como si avanzar hacia el futuro fuera regresar a la caja de Pandora. Como si no tuviéramos males que resolver para ir buscándolos en el túnel sin salida de la historia que ya ha pasado. Como si España fuera la tierra natal de Pandora.
Francisco Robles ( ABC )