En España los locos dejaron de estar en los manicomios después de que en el año 1986 la Ley General de Sanidad marcara el punto y final de estas instituciones.

Hoy los trastornos mentales se tratan con otros protocolos y el número de dementes no diagnosticados crece de forma exponencial incluso entre la llamada clase dirigente en cuyas filas hay psicópatas de libro que han llegado a llamar “nueva normalidad” a comportamientos y actitudes públicas que chocan frontalmente contra un elemental concepto de ética civil.

Aunque el gran manicomio virtual se ha expandido por todo el mundo, no puede servirnos de consuelo que el per cápita de la locura nacional pueda ser en algunos casos inferior al de otros países vecinos, y debería preocuparnos la cuota de dementes que se han acumulado en el segmento social de una clase dirigente con tendencias suicidas.

La nueva normalidad, expresión que me repugna, define la decadencia de la sociedad que es el nicho de donde proceden nuestros políticos que dan por bueno cualquier deterioro de los valores clásicos como el arte, la cultura y el civismo.

El recrudecimiento de los ataques a obras de artes protagonizados por gente joven y ociosa que milita en una sola idea, no va más allá de un eslogan reivindicativo sobre una causa que seguramente desconocen.

“Si ustedes me lo permiten” que diría la vicepresidenta más rubia del gobierno, cuando la gente protestaba contra algo que consideraba digno de ser defendido, lo hacía con cascos para protegerse, tenía la audacia de enfrentarse a los antidisturbios, aguantaban el chaparrón que les caía encima, y su reivindicación contaba con la simpatía y el apoyo una parte de la población.

Hoy todo se ha abaratado y no hace falta ser valiente para asaltar museos y mancillar obras de arte, porque la protesta con destrucción del patrimonio cultural como gesto de libertad sale gratis, pero al menos identifica la indigencia mental de sus autores. A veces pienso que muchos ciudadanos podrían participar en el plantel de actores de “La cena de los idiotas”

Una epidemia de estupidez asola este mundo y por eso cada vez hay más gobiernos dirigidos por políticos que, si existiesen los manicomios, estarían encerrados en ellos.

Diego Armario