
LA COMPARECENCIA DE LA VERGÜENZA
Como siempre, llegó tarde sobre el anuncio aunque no tuviera nada que decir. Quizá esa tardanza sea necesaria para filtrar las preguntas de la prensa y lanzar sólo las que no molestan demasiado y sean acordes al vacío presidencial.
No hubo respuestas y faltaron preguntas: ¿Se prorrogará el confinamiento al que estamos todos dispuestos?, ¿se va a ampliar algún hospital?, ¿qué hay de los test, de los equipos necesarios para el personal sanitario?, ¿hay prevista alguna medida especial sobre movilidad en Madrid? ¡Qué, cómo, cuándo, dónde! Nada.
«Hay que conseguir tiempo, ganar tiempo», dijo varias veces el presidente que siempre llega tarde a todo. «Somos el tiempo que respiramos», acertó a leer, como hacía Zapatero cuando parecía poseído. No encuentro palabras para describir la enorme frustración que me produjo escuchar a un presidente que no hizo un solo anuncio, que nos metió más miedo en el cuerpo del que necesitamos y que llegó a presumir de su gestión intentando sin éxito que le temblara la barbilla.
Sánchez dice haber aprendido cosas como que el gasto en Defensa «no es un gasto superfluo», quizá porque le están sacando muchas castañas del fuego con la profesionalidad de siempre. Pero no nos engañemos, ni eso ha aprendido.
Un militar jamás demostraría la debilidad de un presidente que, dirigiéndose a la nación, se limita a pedir «que nos preparemos psicológicamente y emocionalmente» porque «lo peor está por llegar». Si se refiere a él, lo estamos.
Porque hay que estar muy preparado para escuchar a un presidente decir que hará «todo lo que haga falta, cuando haga falta y donde haga falta» sin saber qué, cuándo, dónde y cómo. Tuvo hasta la desfachatez de apuntarse como propio el hospital de campaña de IFEMA.
Al no poder ofrecer un solo anuncio, Sánchez leyó datos –con un grado de detalle que provocaba arcadas– sobre «entretenimiento» y consumo de ancho de banda en internet. Según parece, somos líderes en eso y significa que la gente está en casa. Si lo somos, tampoco es gracias a él. Hasta nos dijo que «hay menos delitos». Le faltó añadir que la gente ya no abuchea a los árbitros en los estadios.
Mi paciencia se agotó cuando aludió a la «indisciplina» de los que «rompen con las normas de confinamiento o fabrican bulos o acaparan bienes y productos frenéticamente». Lo dice Sánchez, el presidente que esconde su cuarentena y se ve obligado a consentir la violación también a su vicepresidente por el mismo motivo.
El que animó a ir a una manifestación sabiendo que el virus ya estaba aquí. Lo dice un señor que vive en el Palacio de La Moncloa y no hace cola en el supermercado con una mascarilla vieja de bricolaje o unos guantes de gasolinera, para volver con la compra a un piso de 60 metros con dos o tres hijos, sin perro y con el paro –y el virus– saludándole cada mañana.
Antes de que las náuseas me impidieran tomar más notas acerté a escuchar otra frase: «Cuando todo pase, que pasará, y volvamos la vista atrás sabremos si fuimos generosos y valientes».
Yo ya sé quién no lo fue, no tendré que mirar atrás.
Son casi las diez y media de la noche del sábado 21 de marzo. Fin de la vergonzosa comparecencia.
Javier Somalo ( Libertad Digital )