
LA CRISIS DE LA VERDAD
Hay palabras que, de tanto usarlas, se nos ha acabado el amor que teníamos por ellas, y ésa es la razón por la que algunos políticos no se dan por aludidos cuando se les llama mentirosos, porque para ellos la verdad es un estorbo.
El premio Nobel de economía Paul Krugman, que está promocionando su último libro titulado “Contra los zombis”, sostiene que una parte importante de los ciudadanos creen en una verdad superior, de tipo político o religioso, y piensan que no importa mentir si con eso sirven a esa verdad más elevada.
Eso significa que la mentira se ha convertido en un elemento de la acción política y a los únicos a quienes no les avergüenza que se les llame falsos, mentirosos, perjuros, tramposos, hipócritas o falaces son los nuevos gualtrapas con acta de diputado, que piensan que la ética ha sido descatalogada de la vida social.
Krugman sostiene además que si las personas son políticamente estúpidas es porque hay gente muy interesada en mantenerlas así, con la inestimable colaboración de la prensa la radio y la televisión.
De nada sirve y en nada le afecta a los políticos que mienten de forma persistente que se les reproche ese comportamiento inmoral, porque encuentran suficiente tolerancia y comprensión en una parte de la sociedad que ha asumido como bien superior a la verdad, el oportunismo político.
Lo más inquietante no es que falten a la verdad quienes juran o prometen actuar con arreglo a las leyes, sino el efecto multiplicador de esa insensibilidad en el resto de los ámbitos de debate político y social en los que se multiplican los portavoces, algunos bastante indocumentados, y aquí no tengo más remedio que decir también “algunas”, por su frenética verborrea vacía de discurso.
La honestidad es una virtud que pierde crédito en la vida pública en España pero también en otros países donde las noticias falsas se han convertido en un instrumento de acción política para ganar elecciones, porque una parte de los votantes no se rebela al comprobar que las promesas eran mentiras, y la otra se siente satisfecha de que les haya salido bien la jugada.
La democracia se está quedando sin el único argumento digno que convertía a los representantes políticos elegidos en las urnas en personas al servicio de los ciudadanos, porque ha caducado el valor de la verdad y nunca resultó tan barato mentir.
Estoy convencido de que esa falta de credibilidad perjudica a la economía, que es especialmente sensible a las falsedades, porque si un premio Nobel en esa materia ha dedicado un libro a denunciar el escaso valor de la palabra dada será porque mentir, a medio plazo, sale caro.
Diego Armario