Resulta berlanguiano el debate que se ha abierto sobre la calidad democrática en España después de que uno de los políticos que más desprecia la libertad de prensa, de pensamiento, de reunión y manifestación, o de expresión, siempre que el ejercicio de esos derechos lo practican ciudadanos que le critican a él, haya afirmado que la democracia aquí deja mucho que desear.

Esa discusión es más propia de los diálogos de “La escopeta nacional”, que de una declaración política sobre todo cuando el monaguillo tuitero de Iglesias, hace una coda a sus palabras uniendo en una misma frase a Rusia, Putin, Navalny y el polonio.  La desfachatez con la que hablan del hambre los glotones es una de las características de estos tuiteros metidos a políticos.

España está clasificada en el número 24 de las democracias del mundo según el informe que anualmente hace La Unidad de inteligencia de The Economist, por encima de otros países como Francia o los Estados Unidos, por citar dos sistemas constitucionales que anclan en un pasado lejano el respeto a las libertades individuales de sus ciudadanos. Esta clasificación se renueva anualmente y se asciende o desciende en el escalafón según el comportamiento de los gobiernos en materia de libertades civiles, procesos electorales, pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política y cultura política.

Aunque nuestro país ha   descendido seis puestos en esta clasificación en los últimos dos años, seguimos estando considerados como una democracia plena, muy por encima de Bélgica –por ejemplo –  que aparece en el puesto número 36.

De todo esto se deduce que formalmente estamos situados razonablemente bien pero puedo aceptar que lo que dice un gabinete de análisis como The Economist,  no es palabra de Dios a la hora de emitir un veredicto sobre el pleno ejercicio de las libertades en un país.

En cualquier caso, aceptemos esta convención orientativa y mejoremos nuestros índices de respeto a los derechos humanos y al cumplimiento de nuestras propias normas legales, que a veces ignora el ejecutivo.

Entre ustedes y yo, es posible que tal y como se están comportando nuestros responsables políticos que no aceptan preguntas en las ruedas de prensa, bloquean comisiones parlamentarias de investigación y protegen a sus sospechosos, podríamos bajar algún puesto más en el tobogán de la credibilidad,  en las próximas evaluaciones que haga The Economist sobre nuestra salud democrática como país.

Diego Armario