
La palabra hablada o escrita es el recurso más creativo que nos ha dado la naturaleza y la cultura para convivir con los demás o para destruir las relaciones humanas, y por eso conviene utilizarla bien, porque puede ser un arma para el amor o para el odio, para seducir o para espantar, para hacer amigos o crearse enemigos, siempre es mejor lo primerio.
Pero también puede ser es un arma para hacer el ridículo, para desnudar la ignorancia o para convertirse en el hazmerreír de la gente de la gente.
Me encanta escuchar el decir de la gente de pueblo, con sus modismos, giros verbales o fpalabras únicas que enriquecen el idioma, pero me provocan un indecible rechazo los políticos que le han puesto sexo e ideología al idioma, y chorrean un ridículo insufrible cuando hablan porque la palabra pierde su fuerza de convicción cuando se desperdicia, se manosea y se ensucia con la estupidez
Irene Montero, una política que es ministra y que como le escasean las ideas multiplica las palabras ha añadido un género que, según ella acaba en e, para diferenciar el masculino del femenino y habla de hijos, hijas e hijes, niños. Niñas y niñes, y estoy a la espera de que de una vez por todas hable d estúpidos, estúpidas y estupides,
Por suerte tenemos políticos que por ahora no necesitan ir al psicólogo,
Sé que sería una demasía pretender tener entre nuestra clase política a un Whiston Churchill que entre otros muchos méritos fue Premio nobel de literatura, pero sería deseable que al menos nuestros políticos no rebuznaran cuando hablan.
Diego Armario