LA GANGA Y LA VERGÜENZA

Me viene el ruido desde la pantalla. Entre perverso y lerdo: ruido de un presidente que entona frases hechas, con verosimilitud trenzadas por un experto en eslóganes publicitarios. Los mismos en cada comparecencia. Podridos ya de tanto repetirlos. No los escucho. Más que a ráfagas lejanas.

Su retórica ofende a quienes con sobriedad afrontan la bofetada del dolor. Entre ese ruido fatuo y yo, pongo un parapeto: Marco Aurelio. Y su monumento moral de inteligencia libre: Meditaciones. Que, hace casi dos mil años, retrató nuestro presente: «Siempre que tropieces con la desvergüenza de alguien, pregúntate: ¿puede realmente dejar de haber desvergonzados en el mundo? No es posible. No pidas, pues, imposibles». Pero yo no tengo el fuste anímico del emperador filósofo. No pido imposibles, no. La rabia, eso sí, me puede.

Una pregunta, inesperadamente, salva el filtro de la censura presidencial y retiene mi atención. Interroga sobre la ministra que perpetró el timo de los 650.000 test de pega sin que el alma le reventara. «El chino», dijo luego, «es un mercado que nos es un poquitín desconocido… Nos ofrecen gangas y luego evidentemente resulta que no lo son». Evidentemente. La gente muere a cientos cada día.

Y una ministra rastrea «gangas» con su «poquito» de ignorancia. Y no le estalló el alma de vergüenza, porque aquí, de eso, no le estalla el alma a nadie. Ni dimitió. Ni fue destituida. Ni ningún juez le ha pedido cuentas por su conjugación de negligencia e insulto. Ni ha citado a ningún comisionista.

Con seis mil ciudadanos muertos, con decenas de miles enfermos, una ministra regatea gangas chinas. Y la estafan. Lo sabíamos ya. Pero no es ésa la obscenidad de esta noche. Hoy toca la respuesta del presidente a la pregunta. «¿Responsabilidades?». Silencio abisal. Que quiere decir: no, ninguna. Por supuesto. Saldrá gratis. A la ministra, claro. A Gobierno y presunto comisionista.

A nosotros no: nosotros siempre pagamos, porque para pagar están los ciudadanos. Últimamente, pagan con la vida. No es verdad que las cifras de muertos sean inexorables. Compárense nuestras tasas con las de Alemania, Corea del Sur, Israel, Japón… Miente quien atribuya al destino esta desdicha nuestra. Puede que el virus no sepa de naciones ni gobiernos, como nos pontifica el presidente. Pero hay gobiernos que saben enfrentarse al virus. Otros no.

Algunos nunca olvidaremos lo que estamos viendo: políticos con acceso inmediato a pruebas médicas inaccesibles a la gran mayoría de los españoles. La indignidad en su estado puro. Faltan medios para todos. Nunca para los que arrastran gloria y púrpura. Sí, algunos no olvidaremos jamás esto.

Es una lección moral en la cual cabe el paradigma español de la razón de Estado. El ruido presidencial sigue: repite, repite, repite… Lo borro. Me empecino en leer a Marco Aurelio: «Es terrible que la ignorancia y la excesiva complacencia sean más poderosos que la sabiduría». Es terrible nuestro presente.

Gabriel Albiac ( ABC )