
Decía una antigua leyenda que, en la península ibérica, existía tal volumen de masa forestal, existían tantos bosques, que una ardilla podía cruzarla de árbol en árbol sin tocar el suelo.
Esa ficción que a todos nos contaron desde la infancia, tras los cambios de clima, la tala, los incendios y la imposición de la agricultura extensiva, ha sido olvidado y se refiere como, eso, un mito de un pasado remoto olvidado por las inclementes olas del tiempo.
Ahora bien, hoy en día, han proliferado otras especies que podrían hacer posible esa gesta de la famosa ardilla saltarina, ya que la misma podría cruzar España desde Tarifa a la Estaca de Bares, saltando, y con saltitos cortos, de gilipollas en gilipollas.
Se adoctrina a los niños desde la educación infantil y no se les ofrece la posibilidad a los padres de disponer de libertad de elección de centro, ni su derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos. Todas las personas tenemos derecho a recibir una educación, una cultura, especialmente desde la infancia.
Esos derechos se reconocen en la Declaración de Derechos Humanos y en nuestra Constitución como derechos fundamentales. Mas actualmente, es el Estado, el nuevo ejecutivo sociocomunista, el que, siguiendo una estrategia rancia, caduca y fracasada , pretende influir en las mentes de las personas, empezando desde cuando resultan más dúctiles a la manipulación, es decir desde su infancia. Así el día de mañana, niños serán parte del rebaño de adultos que votan y al que quieren controlar.
Por eso el fin, es que la sociedad sea lo más inculta posible, que no tenga capacidad de crítica contra las consignas oficiales: se restringen cada vez más derechos fundamentales, utilizando el arma de destrucción masiva del miedo, y la gente termina aceptando todo de buen grado al estar alienados por medios de comunicación afines; y comenzando esa alienación, cómo no, en las escuelas.
Porque los niños no son de los padres, son del Estado. Y esos sí que es contrario a la normalidad democrática, una anormalidad que comienza por estar pastoreados por un gobierno, gran parte del cual no cree en la Democracia sino en el totalitarismo de los regímenes comunistas.
Y lo cierto es que nos encontramos ante una terrible epidemia cultural, una epidemia de gilipollas, semianalfabetos que votan a quienes creen que les representan, aquellos que gastan el dinero público (que según Carmen Calvo no es de nadie) en campañas y estudios de tan profundo calado, como el promovido por el Ayuntamiento de Cádiz para estudiar si las pasarelas de la playa son machistas.
Lo cual, a buen seguro, les parecerá una idea brillante a los que han hecho posible que los promotores de chorradas semejantes gobiernen en la Tacita de Plata.
Juez Serrano ( El Correo de España )