La profesión de actor de éxito está sobrevalorada y genera patologías incurables porque el hombre no está preparado para ser Dios y cuando la fama, el aplauso, el dinero o la adulación de las masas de gente sin vida propia erigen en ídolo a un hombre a una mujer, sus pies de barro le derrotan cuando menos se lo espera.

Este es el caso de Willie Smith que anoche le calzó una hostia a Chris Rock, presentador de la gala de los Oscar de Hollywood porque había osado hacer una broma sobre el peinado de su mujer, y nadie en Dolby Theatre de Los Ángeles se atrevió a condenar esa agresión: Willie Smith recibió su premio el presentador guardo para si la agresión y el mundo de la gente que se viste de gala para ocultar sus miserias guardó silencio.

He conocido y tratado a lo largo de mi vida a muchos tontos con balcones a la calle, que por cierto pululan en distintas profesiones, no solo en el cine o el teatro sino también en el periodismo o la política, y solo hace falta observarlos con detenimiento para constatar que están más solos que la una, aunque con frecuencia se les vea rodeados de gente que solo les quiere en la medida en que generan beneficios.

No soy mitómano y mi admiración por la gente que alcanza la fama por méritos acreditados en su profesión es limitada, porque conozco a famosos que cuando se bajan del escenario, se alejan de los focos o dejan de oír las palmas de los aplausos rompen la excepción de su apariencia y regresan a la vulgaridad de lo cotidiano.

En mi oficio, que siempre consistió en contar cosas que se acercasen a la verdad y ahora lo raro es no contar a propósito alguna mentira, sabemos mucho de esto porque conocemos de cerca las miserias de la apariencia y el precio de la verdad prohibida, porque hoy hasta en las guerras se cuentan mal los muertos y se hace propaganda de quienes les quitan la vida.

Sé que en estos momentos resulta difícil no mezclar churras con merinas y la única explicación que se me ocurre es que es un contradios vestirse de smoking en una ceremonia de risas artificiales y odios irreprimibles, para pelearse por el bonor de una mujer, sin que nadie en esa ceremonia mundial hablase de una película de guerra que protagoniza Wladimir Putin y los muertos no son personajes de atrezzo.

Diego Armario