La emoción en política no tiene nada que ver con la inteligencia, por más que los psicólogos hablen de la inteligencia emocional, y por eso los profesionales de la estafa electoral apelan a los instintos más básicos de los hombres y mujeres con un planteamiento absolutamente maniqueo, que los más tontos del pueblo se tragan como si fuesen el agua milagrosa de las fuentes de Lourdes.

No hay cosa más inútil que un tonto emocionado, militando en un partido cuyos dirigerntes se la meten doblada.

Yo entiendo al enamorado que es capaz de arruinar su vida por una mujer por pura emoción, pero no me entra en la cabeza la pasión inútil de quienes, sin beneficio personal alguno, defienden la dignidad inexistente de quienes les estafan, les mienten, les fríen a impuestos, limitan sus libertades y cometen excesos obscenos en su vida personal.

Sé que me reitero cuando insisto en afirmar que no hay un solo político de la derecha o la izquierda que merezca la indigna pleitesía con que les tratan algunos de sus seguidores, salvo que sean escasamente inteligentes, sobradamente fanáticos, o no tengan ni puñetera idea de la historia de su propio país.

Sinceramente creo que cuando la emoción nubla la inteligencia salen perdiendo las personas que se emocionan y el rigor de lo que afirman, y soy partidario de que tome cuerpo el movimiento de “los no alineados”, como ocurrió en la segunda mitad del siglo XX, en el que a título personal se puedan englobar las personas que cumplan dos condiciones: tener un pensamiento crítico y no guardarle fidelidad a ninguna ideología política.

 Se está acabando la pandemia…o tal vez no, y crece la sensación de que esto tiene arreglo, porque bajan los contagios gracias a la eficiencia de las vacunas y aumenta la esperanza de un regreso a un tiempo en el que la única amenaza cierta que teníamos eran los desalmados que gobiernan en el mundo.

Esa es la verdadera epidemia contra la que no existe más vacuna que la inteligencia de los ciudadanos que son capaces de pensar en el bien común y en el suyo propio cuando les toca elegir a sus gobernantes.

Personalmente tengo la convicción de que en ningún país gobiernan los mejores, aunque en algunos gobiernan los menos malos, que no es poco, y eso sucede gracias a una cierta cultura de las sociedades que eligen con naturalidad a unos gobernantes o a otros porque saben que todos tienen asimilados unos principios básicos que ni la derecha ni la izquierda se atreven a conculcar, porque han mamado desde pequeños la importancia de defender las libertades y el bienestar de la población.

No hay nada más que echar un vistazo a los países en los que es más peligroso ser un ciudadano de a pie que un gobernante en coche oficial, como sucede no solamente en Bielorrusia, o en la gran finca de Wladimir, en Venezuela, Nicaragua y enseguida en Perú, por no citar las dictaduras eternas africanas o asiáticas sino también en algunas democracias formales cuya calidad deja mucho que desear.

Háganse una pregunta ¿Les dejarían las llaves de su casa o el cuidado y la educación de sus hijos a algunos de los personajes a los que les han dado su voto?  

Piénsenlo bien porque es un riesgo fiarse de un estafador.

Diego Armario