
LA INTELIGENCIA Y LOS INDECISOS
Los expertos en sondeos mantienen que quienes al final deciden el resultado de unas elecciones son los indecisos, que para mí son las personas más inteligentes y menos intoxicadas por los prejuicios, los tabúes y las obsesiones que persiguen a gran parte de los ciudadanos de este país.
Yo a lo largo de mi vida he votado a todos los partidos políticos de ámbito nacional, unas veces por convicción, otras por liderazgo, por buscar un contrapeso, o por entender que en ese momento histórico lo que necesitaba España era recuperarse de una crisis económica o moral.
Les cuento esto porque conozco a gente que se ha comportado como yo, por motivos similares, y creo que entre los que así actuamos pondríamos hacer un club heterogéneo con un denominador común: la inteligencia y el amor a nuestro país, que son dos características muy superiores a la obcecación y a la militancia irracional y acrítica en una idea que, como todas las que existen, puede estar desfasada por la historia o porque quienes la representan son demasiado indignos para entregarles nuestro voto, ni siquiera después de ponernos una mascarilla anticontaminación.
En política los que se consideran poseedores del secreto de los dioses o de la piedra filosofal en el fondo actúan más por odio al contrario que por la convicción de acertar en el momento de meter su voto en la urna, porque prefieren a un mal gobernante con tal de que pertenezca a su camada obsesiva.
Esto es tan así – en un lado y en el otro del espectro político – que en nuestro país se han establecido cordones sanitarios infectos que no tienen nada de saludables, y al final han contaminado no ya a los ciudadanos que carecen de una tribuna pública para expresar sus ideas sino a periodistas que militan en el sectarismo y hacen una campaña descarada en contra de una u otra opción política, convirtiendo esta profesión en el salón verde o rojo que siempre sirvió de antesala de los antiguos prostíbulos.
Algunos contertulios o entrevistadores llevan tiempo haciendo méritos para ganarse sobradamente estos días el sueldo en B que cobran de sus mentores políticos.
Por eso en esta columna quiero referirme a la inteligencia contaminada que acaba siendo letal para quienes se juegan su propia credibilidad, porque los ciudadanos charlatanes, que son los que hablan gratis sin que sus palabras tengan consecuencias porque se las lleva el viento entre los azucarillos de los cafés que consumen en una terraza, tienen no solo el derecho a decir lo que les plazca sino que además cuanto más exageran sus exabruptos más divertidos resultan.
Está todo tan contaminado que hasta en el mundo de la cultura se vetan o se exaltan personajes dependiendo de su adscripción ideológica, con lo que a día de hoy ,si les dejaran, algunos se apuntarían a alimentar una pira con los libros de esos autores.
Diego Armario