LA LENGUA BÍFIDA DEL NACIONALISMO

Visto lo visto, todo indica que, más que un revés o una contrariedad, la reciente anulación por parte del Tribunal Constitucional del parche ingeniado por el ex ministro Wert para garantizar la enseñanza en castellano en Cataluña va a suponer una excusa perfecta para que el Gobierno no haga nada. Atrapado en el laberinto de la inacción, no encuentra el hilo de Ariadna que le conduzca a la salida de un atolladero por el que a los castellanohablantes se les convierte, de facto, en extranjeros desposeídos educativamente de su lengua y de otros derechos constitucionales.

De este modo, con artículo 155 o sin él, en lo que hace a este derecho fundamental, la irrefrenable política de hechos consumados del nacionalismo remata irreversiblemente sus propósitos. En esta encrucijada, Rajoy debe hacerse una reflexión semejante a la de aquel personaje de Bertolt Brecht que aguarda a que le cambien un neumático pinchado: «No me gusta el lugar de donde vengo. No me gusta el lugar adonde voy. ¿Por qué miro el cambio de rueda con impaciencia?».

No ayuda, desde luego, que el Tribunal Constitucional, incapaz de garantizar el cumplimento de sus sentencias respecto al carácter vehicular del castellano, anteponga el fallo de este recurso de 2013 de la Generalitat sin haber resuelto uno anterior de 2009 contra la Ley de Educación catalana. Sugiere un juego de apaños y componendas difícilmente explicable, pero muy en consonancia con la errática trayectoria de este Alto Tribunal.

Frente a esta realidad incontrovertible por la que los castellanohablantes son tratados como extranjeros en su propio país, también se registra la plausible lucha a contracorriente de muchos resistentes. En su denuedo y en su fe de carbonero, evocan aquello que se cuenta del gran poeta Arthur Rimbaud. Al parecer, aprendió a tocar el piano practicando durante meses sobre una mesa del comedor en la que había labrado un teclado con el cuchillo. Le impulsó su confianza ciega en que su madre alquilaría el instrumento que al final dispuso. Incomprensiblemente, estos encomiables padres castellanohablantes son dejados a su suerte, cuando no estigmatizados.

Francisco Rosell ( El Mundo )