
LA MENTIRA NO SALE GRATIS
Rafa Nadal es un tipo de primera.
Como deportista también lo es pero el verdadero mérito de este campeón reside en lo que hace fuera de la pista de tenis cuando se pasea por el mundo y acredita que posee una categoría humana intachable.
No quiero incurrir en el tópico de los elogios prefabricados que vienen de serie cuando los medios de comunicación se refieren a él, y por eso diré que el mérito que más valoro es su sinceridad o, dicho de otra forma, su aversión a decir mentiras, que es una cualidad propia de extraterrestres en un país como el nuestro.
Rafa entiende la vida como una competición honesta en la que no hay hueco para la trampa, y ése es un valor que pone por encima de los propios logros deportivos, porque la excelencia solo sobrevive en un contexto de uniformidad de conducta.
No es admisible que haya gente que se comporte como esos personajes intermitentes que administran sus principios a conveniencia o según sea su nivel de exposición mediática. Esa trampa infame es propia de los que mienten o cambian de opinión a conveniencia, como los políticos de allá y de acá.
La ex ministra francesa, Roselyne Bachelot, condenada por haber acusado a Nadal de dopaje en un programa de televisión, es un personaje innoble que tendrá que pagar la cantidad de diez mil euros al tenista español más otros dos mil de costas judiciales, según sentencia de un tribunal de su país. Rafa Nadal ha cedido esa cantidad al gobierno francés para que la utilice en obras sociales porque la compensación moral que ha recibido por el restablecimiento judicial de su honorabilidad es lo único que perseguía.
Él ha podido hacerlo porque tiene recursos y voluntad para mantener a salvo su intachable patrimonio del alma , pero a veces resulta complicado luchar contra los poderosos que mienten.
Existe toda una industria de la intoxicación y la falsedad impune, sustentada por los poderosos que gobiernan, y el ejemplo más próximo lo tenemos en los políticos separatistas catalanes que han subido muchos enteros en el ranking de la desvergüenza. Por eso el reto de la verdad es hoy un empeño en el que todos deberíamos empeñarnos, en la medida de nuestras posibilidades.
No soy un ingenuo, porque la verdad tiene nombre de David y la falsedad se llama Goliat, pero si hay suficientes hombres y mujeres capaces de rebelarse contra la gentuza que miente desde los medios de comunicación y desde el poder, merecerán, como Rafael Nadal, ostentar el título de gente honrada.
Diego Armario