
El acabar con la Patria -en principio solo semánticamente- no es una ocurrencia trasnochada, sino la continuidad del recorrido iniciado con la cancelación de los valores que sustentan nuestra identidad y civilización.
Matar al padre de manera freudiana, adolescente e inmadura, el pretender acabar con la Patria y remplazarla por la Matria, no es un acto de crecimiento, madurez o independencia, como podría serlo psicoanalíticamente en lo personal, sino un suicidio cultural y social programado. Y en ello estamos.
El debate surgió a partir de las declaraciones de Yolanda Díaz, ministra y vicepresidenta segunda del Gobierno de España, militante del Partido Comunista y miembro de Unidas Podemos cuando manifestó “Me gustaría que abandonásemos la carga pesada del concepto patria para trabajar sobre el concepto matria. La matria es algo que cuida, que trata por igual a todas las partes, que no discrimina a nadie porque hable una lengua determinada, fundamentada en algo que me construye a mí misma que es el dialogo”.
En este disparate de locura y cancelación racional y espiritual, nada tienen que ver Unamuno, Borges, Isabel Allende o Edgar Morin, argumento con el que se buscó fundamentar o justificar la ocurrencia.
Tampoco el asunto es novedoso ya que Teresa Rodríguez, presidenta de la organización política Anticapitalistas, y ex secretaria general de Podemos en Andalucía, había publicado en Twitter hace tiempo “Hoy como cada año hemos honrado la memoria de Blas Infante, padre de la matria andaluza, asesinado por luchar por mí y por ti”. Mas tarde agregó: “La patria, o más bien la matria, es una comunidad de cuidados. Uno se siente perteneciente a un grupo si le cuidan. Por tanto, uno se va a sentir parte de una comunidad si le cuidan. La matria son los hospitales, son las escuelas, es la ayuda a la dependencia, el apoyo a las familias vulnerables… Esa es la matria. Ese es nuestro matriotismo andaluz”.
Este delirio semántico e ideológico no deja de ser un ataque más de los peones herederos del marxismo cultural al servicio del poder hegemónico globalista. El deseo de abandonar el concepto de patria y sustituirlo por el de matria no deja de ser un paso más en el declive en el que se encuentran los valores inspirados por la fe, la comunidad y el parentesco, y que han sido el sustento de la civilización y de la condición humana.
Estos valores son los que están siendo rediseñados radicalmente, tal vez sin que tomemos la suficiente conciencia de ello, y sufrimos sus efectos todos los días constantemente.
La patria, nuestros ancestros, hombres y mujeres, no la matria, recoge el sentido auténtico del origen de un pueblo que también es materno. La llegada y la partida de este mundo está conectada con el vientre primigenio que nos gestó y nos dio la vida y al final nos acoge en su seno.
Paradojas de la lengua, del género y la semántica: no hay nada más viril, amoroso y también femenino y vigoroso que la Patria.
Le guste a quien le guste o le pese a quien le pese.
Joé Papparelli ( El Correo de España )