
LA TEORÍA DEL BIG BANG
Dice la tradición que en el escenario del caos, consecuencia del Big Bing , todas las cosas se repartieron de forma aleatoria y casi nada de lo que sucedió en el universo fue consecuencia de la decisión de un ser superior e inteligente que lo tenía todo previsto.
Pero lo más aproximado a la certidumbre de cualquiera de las teorías que manejan los teólogos o los científicos es la desconfianza previa en todo aquello que no es demostrable, y por lo tanto tan inseguro debería ser que Dios le entregara las tablas de la ley a Moisés en el Monte Sinaí, como que el orden o el desorden en nuestra galaxia tenga en su origen un choque de estrellas.
Les pido disculpas por la simplificación acientífica que estoy improvisando sobre de un fenómeno realmente complicado, y aceptemos como una explicación plausible lo que cuenta Sheldon Cooper en su serie televisiva, que en resumen significa que “todo lo que nos sucede en este planeta es consecuencia de la puta casualidad”.
A mí me consuela esta explicación especialmente en estos momentos en los que el mundo está conducido por locos o ignorantes, por fanáticos o degenerados, en definitiva por una selección de personajes que solo podrían haberse reunido en un espacio geográfico y temporal una vez cada mil millones de años, por lo que la probabilidad de que algo así se repita es prácticamente inexistente.
Pero a nosotros sí nos ha tocado y tenemos que apechugar con la colección más irresponsable y mediocre de líderes mundiales en un mismo periodo temporal que, no por casualidad, coincide, con el surgimiento de grupos sociales fanatizados, irreflexivos, desarraigados, seguidores de cualquier teoría que predique un moderno chamán, un engañabobos o el jefe de una secta.
Hace años los jóvenes que seguían a estos personajes fumaban marihuana, practicaban sexo libre y en grupo, tocaban la guitarra y pedían la paz para el mundo, pero ahora los nuevos predicadores que les embaucan son políticos aburridos, mentirosos, defraudadores de esperanzas y carentes de principios.
Yo, que a lo largo de mi vida, he viajado al borde de un péndulo que me ha llevado a ser en unas ocasiones demasiado crédulo y las más de las veces un buen agnóstico, estoy ahora enganchado al ángulo de la supervivencia estoica, que consiste en militar en el desprecio permanente a estos personajes.
Menos mal que mientras se hunde el Titanic a veces me fijo en la mejor pareja de baile posible.
Diego Armario