
Que yo crea a estas alturas en la figura del héroe es fruto de mi permanente idealismo, como en el convencimiento de que el hombre puede ser autor del mayor bien como del mayor mal. Que igual sube a los cielos como baja a los infiernos.
Así que, cuando escuché las manifestaciones de Lambán respecto del que es su jefe de filas lo califiqué de héroe, porque con los tiempos que corren en los que se silencia lo que uno opina, el que se lance la crítica negativa a Sánchez no es que no sea habitual, sino que es una completa rareza.
Cuando dijo Lambán, Presidente de la Comunidad de Aragón, aquello de que sin Sánchez nos hubiera ido a todos o al país mejor, me vino la imagen del valiente, del individuo que afronta el peligro desnudo de toda compañía, con las manos vacías y el torso descubierto a parar las balas enemigas. Y me dije que si alguien es merecedor de su puesto y de que se le siga es este Lambán.
Pero mi entusiasmo y adhesión a este hombre, tan lejos de mis sentimientos e ideas políticas, duró lo que Sabina ha cantado durante años, esto es, lo que dura un cubo de hielo en un vaso de whisky, puesto que al día siguiente de mostrar su más sincera opinión sobre su jefe de partido y jefe de gobierno, ha rectificado más presuroso que aquél rey moro que nos cuenta Antonio Gala, pues al decir a sus invitados que fue feliz durante catorce días vino inmediatamente a rectificar, añadiendo: pero no seguidos.
En su rectificación Lambán se explica bajo la reserva de no haberse entendido bien sus palabras. Que él no quería decir lo que dijo. Tampoco lo quiso decir el buen hombre de Vivar cuando hizo jurar a Alfonso VI, sobre un cerrojo de hierro y una ballesta de palo, de que no había tenido nada que ver en la muerte de su hermano Sancho.
Pero lo dijo y tomó el juramento que le supuso el posterior destierro, el mismo destierro político que le hubiera supuesto al señor Lambán el haber mantenido sus palabras.
¿Dónde están aquellos españoles que mantenían sus palabras? Aquellos españoles que por no tener solo tenían su palabra. Palabra que para ellos era la confirmación de cualquier obligación o contrato.
Cuenta San Martín de Carrero Blanco, que a este se le podía exponer lo que uno opinaba con entera libertad, sin temor alguno a represalia, pues Carrero como persona de brillante inteligencia era modesto en el trato, que olvidaba rápidamente cualquier traición personal, no teniendo un solo colaborador que no le apreciara.
A mí me da que Lambán colabora con su jefe, Sánchez, no por el aprecio y sí por el miedo, triste sombra que expulsa lo que al hombre le queda siempre de residual en su patrimonio, que no es otra cosa que el honor.
Que si ahora da un paso atrás ¡qué pasos no daría si estuviera en la línea del frente!
Luis Alberto Calderón ( El Correo de España )