
Lo único que cabe agradecerle a Sánchez en 2021 es el cese de Iván Redondo.
No porque eso haya mejorado la vida de los españoles sino porque ha rebajado los decibelios de la propaganda que el sobrevalorado gurú había convertido en marca de la casa.
La manija de Óscar López y Antonio Hernando en La Moncloa se nota en un cierto comedimiento a la hora de colgarse medallas, un autobombo algo más pudoroso siquiera en la somera medida en que un narcisista puede contener la petulancia.
También es cierto que el desparrame de Ómicron ha arruinado la expectativa del final de la pandemia y que cien mil contagios diarios no dejan mucho margen para el habitual ejercicio de soberbia.
Las previsiones de crecimiento han encogido, el estado de alarma ha sido revocado en dos sentencias, los fondos de ayuda europea no terminan de fluir y la principal preocupación de los ciudadanos en vísperas de Nochevieja son los test de Covid y la duración de la cuarentena.
Ignacio Camacho ( ABC )