
LAS DOS ESPAÑAS REALES
Morirse es un fastidio para el muerto, pero morirse tarde es un fastidio para todos; viene a decir el gobernador del Banco de España, Luis María Linde, antes de pedir el retraso en la edad de jubilación hasta, digamos sin decir, cinco minutos antes de palmarla.
La petición no carece de lógica matemática, si se confirma la tendencia a duplicar el número de pensionistas de aquí a 2050 por la más que probable combinación de una mayor esperanza de vida con una menor natalidad que coloca la pirámide poblacional al borde de transformar toda España en Benidorm: si ahora cada trabajador se mantiene a sí mismo y a otros dos, groso modo; a mitad de siglo habrá otro polluelo con el pico abierto esperando su lombriz, si se acepta el símil colombófilo.
El problema, pese a la lógica, tiene que ver en el punto elegido para empezar a desmontar la casa: si se empezó por el tejado, como primer error; ahora se rectifica desde el primer piso, en otro ejemplar ejercicio de burricie. Me explico: no se puede discutir a la vez que unos se jubilen octogenarios y que otros, que nunca son los mismos, vuelvan a la jornada laboral de 35 horas semanales, como pretenden todos los sindicatos de la Administración Pública y aceptan al menos Andalucía y Castilla y León. Como no puede ser, en la misma línea, que en España resulte más sencillo cobrarle las muletas a una jubilada que dejar de pagarle gafas y dentista a los empleados municipales de cientos de Ayuntamientos.
Decirle a los empadronados en esa España sureña que sólo cobrarán pensión si tienen el detalle de morirse pronto mientras sus vecinos norteños se lanzan a las barricadas gremiales, con todos los partidos y todos los gobiernos de su parte pues al fin y al cabo forman todos un mismo paisaje, es una injusticia y además una indecencia. Y precisamente por eso, no hay que tener la más mínima duda: se hará. Nadie tendrá nunca el valor y la ética de desmontar un absurdo edificio en el que él mismo habita.