
En un ejercicio de autoafirmación que no se le pedía, la portavoz socialista Lastra ha manifestado que no van a hacer ningún caso a esos históricos del partido que se empeñan en señalar errores, en vez de permanecer callados. “Nuestros mayores”, así les llamó, son gente como Alfonso Guerra y Rodríguez Ibarra y, en menor grado, barones en ejercicio como García-Page y Fernández Vara.
Éstos, aún activos, se atreven poquito. Y es que, al ser la crítica a la dirección la actividad más penalizada en los partidos –más que los errores, más que la corrupción–, las voces contrarias suelen ser las más cascadas. Sólo quienes no ocupan cargos ni esperan ocuparlos se arriesgan a contradecir a los dirigentes. La crítica interna es, como la petanca, deporte de jubilados.
Los jubilados del PSOE han hablado en contra del pacto con Bildu y la respuesta de la autodenominada nueva generación es clasificarlos como abuelos Cebolleta, esos cuyas historias, ya conocidas, farragosas, pesadas, entran por un oído y salen por el otro.
Los escuchan, qué remedio, pero como si oyeran llover, y esperan que corten el rollo de una vez por todas. Nada debe interponerse, y la opinión de gente con experiencia menos todavía, en el deseo de poder de la nueva e inexperta generación.
No es que hayan meditado a fondo lo que hacen. ¿Cómo van a hacerlo? Es que, como dijo Lastra, “ahora nos toca a nosotros”. No hay más. Antes les tocó mandar a ellos, ahora nos toca a nosotros. Nunca se había dicho, de esta manera, que la dirección de un partido, por el hecho del relevo generacional, suelta amarras de la experiencia acumulada y, en cierto modo, de su tradición política. Pero alguien tenía que decirlo, y nadie podía decirlo con mayor simpleza que esta portavoz parlamentaria. Qué molesto es aprender.
Inevitablemente, cada generación, como dijo Camus en su discurso del Nobel, se cree destinada a rehacer el mundo.
La que dirige el PSOE parece destinada a deshacerlo.
Cristina Losada ( Libertad Digital )