Dice el Apocalipsis o Libro de las Revelaciones que un pergamino cerrado con siete sellos profetizaba las catástrofes que iban a asolar a la humanidad. Llegarían en forma de cuatro jinetes montados en caballos de color blanco, negro, bermejo y amarillo. Esos caballos se han asociado a la guerra, las hambrunas, las pestes y el triunfo de Satanás.

El texto, datado en tiempos de las persecuciones a los cristianos en el Imperio Romano, reza textualmente: «Apareció un caballo rojo como el fuego. Su jinete había recibido el poder de quitar la paz en la tierra y provocar que la gente se matara. Para ello, se le dio una gran espada».

El Apocalipsis ha guiado la imaginación durante casi veinte siglos.

 Fue un libro de referencia durante la Edad Media, asolada por los desastres que describe. Los avances de la ciencia y la tecnología a partir de la Revolución Industrial crearon un nuevo horizonte para los seres humanos que dejaba atrás la maldición de los cuatro jinetes.

Tras la II Guerra Mundial, Europa vivió décadas de crecimiento y prosperidad que, a pesar de la amenaza nuclear, generaron un gran optimismo sobre el futuro. Parecía imposible una vuelta atrás. Nunca el porvenir se había presentado con unas expectativas más halagüeñas.

De repente, hemos despertado de ese sueño. El coronavirus se ha llevado por delante millones de vidas, las hambrunas y las desigualdades provocan enormes flujos migratorios, el cambio climático amenaza los equilibrios naturales y ahora la invasión de Ucrania desestabiliza el orden nacido tras la desaparición de la Unión Soviética. La realidad parece una pesadilla.

Nunca en nuestra existencia nos habíamos sentido tan frágiles y vulnerables. Como ya predecía Heidegger, la técnica se ha vuelto contra el hombre. Y cunde la sensación de que la tercera generación nacida a partir de 1990 puede vivir peor que sus padres y sus abuelos.

Sufrimos tiempos verdaderamente apocalípticos, tiempos de zozobra e inseguridad en los que las convicciones más sólidas se derrumban ante una sociedad líquida donde todo es volátil y relativo. Incluso el fantasma de una guerra nuclear vuelve a agitarnos.

«Como sucedió en vida de Noé, así sucederá también en la época del hijo del Hombre. Comían, bebían, compraban, vendían, plantaban y edificaban. Pero la jornada en la que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre y los destruyó a todos. Así será el día en el que el hijo del Hombre se manifieste», según está escrito en las Revelaciones.

La humanidad no está condenada a esa lluvia de fuego y azufre, pero el progreso y los avances tecnológicos, a la vez que aumentaban nuestra calidad de vida, han traído consigo una degradación del medio ambiente y una capacidad de destrucción sin precedentes.

El Apocalipsis cabalga de nuevo.

Pedro García Cuartango ( ABC )