El PSOE lleva décadas en su particular Rosa-Cruzada contra el régimen de Franco dando “la brasa” con los niños robados del franquismo. Y lo hace, precisamente, quien más razones tendría para estar callado.

Vaya por delante que el dar en adopción a una criatura, sin el consentimiento explícito de la madre -de los progenitores- es un hecho reprobable. Pero en mucha mayor medida lo es el privarle de su derecho a nacer. El asesinarlo en las entrañas de su propia madre.

Tanto si esta presta su libre consentimiento, como si es inducida a ello por leyes abortistas. Leyes que dan pie a negocios privados con ánimo de lucro. O a centros oficiales pagados con el dinero de los contribuyentes. Incluso sufragados -involuntariamente  mediante la exacción de los impuestos- por quienes son contrarios a la abominable práctica del aborto.

Solamente es necesario adentrarse en la psicología de una mujer que siente una vida en sus entrañas, para saber que inducida por la propia Naturaleza, además de por razones morales, está expectante durante todo el embarazo a la espera de que llegue el momento de ver a esa criatura que lleva su seno.

Por ello, igual que ya se ha dicho que dar un niño en adopción sin el pleno consentimiento de la madre es un hecho reprobable, se puede tener la seguridad de que durante el Régimen de Franco, si bien pudo haber algunos casos en que ese consentimiento de la madre no fuera manifestado expresamente, esa reprobable práctica nunca se puede comparar con los cien mil abortos anuales propiciados por las leyes abortistas del PSOE.

Pensemos que de haber existido esas aberrantes leyes, en cuarenta y seis años (los 36 de Régimen de Franco más lo diez que mediaron desde su muerte hasta que el PSOE implantó la “Ley de interrupción voluntaria del embarazo”) el número de criaturas privadas de su derecho a nacer y a vivir, hubiera sido de 4.600.000 un holocausto real.

Un número que ni el CIS de Tezanos se atrevería a dar como inferior al número de “bebés robados” durante el franquismo. Por ello se comenzó diciendo que, precisamente, era el PSOE el propalador de esa mentira oceánica que supone el mito de los “cientos de bebés robados durante el franquismo”

Pero aún hay más. De igual forma que el PSOE agitó la mentira de los 300.000 abortos clandestinos al año, para “vender la moto” de la imperiosa necesidad de legalizar el aborto para salvar la vida de las madres que se veían obligadas a recurrir a él fuera del sistema sanitario, el número de los bebés robados, que nunca se ha podido cuantificar oficialmente con datos, encubre una triste realidad.

Ya se ha dicho que las madres, por la propia llamada de la naturaleza, sienten el impulso de conocer al hijo que llevan en las entrañas. De igual forma los hijos, por igual impulso, experimentan al llegar a la edad adulta un irrefrenable deseo de conocer a sus progenitores.

Y ello les lleva cuando no los conocen, o descubren que quienes tenían por padres no son los que les dieron la vida, a buscar con un ahínco rayano en la desesperación el origen de su sangre. Y es esta doble circunstancia es la triste realidad a la que ya se ha hecho antes referencia. Esos hijos prefieren creer que fueron “robados” antes que admitir que sus madres los abandonaron.

Y esas madres que a lo largo de su vida muchas veces habrán añorado al hijo que no vieron crecer, imaginando que destino les habrá deparado la vida, también prefieren refugiarse en la ficción de que el hijo les fue “robado”. Y este verdadero drama humano alcanza el cénit cuando madre e hijo llegan a encontrarse. Es un terrible choque de sentimientos; de un mutuo amor materno-filial. No exento de remordimiento por parte de la madre.

No se niega que pudiera darse algún caso de lo que la propaganda “antifranquista” ha definido como “bebés robados”. Pero resultan incuestionables otras realidades. La mayor parte de esos que se llaman “bebés robados” hubieran terminado en el torno de un convento -como había sucedido en el correr de los siglos- o en la inclusa, cuando el Estado quiso dar solución al problema de los hijos abandonados.

Pero también, en no pocos casos, el desenlace hubiera sido que fueran abortados en plena gestación.

Resumiendo,  las decenas de posibles casos de “niños robados” (que nunca se han probado ni cuantificado) siempre será un número muy inferior a los ocho millones largos de vidas cercenadas  de haber regido en España las leyes del PSOE desde 1939 al 2020: Ochenta y un años a razón de cien mil abortos anuales.

Esta terrible realidad es la que a impulsado a El Correo de España para hacerse eco del artículo publicado por El Español Digital:

Es tradición en toda España la celebración del veintiocho de diciembre como día de los santos inocentes. Fiesta jocunda y simpática, en la cual se gastan bromas de todo tipo. Casi siempre desprovistas de maldad, lo que podríamos llamar “burlas inocentes” a las que por ello se las denomina “inocentadas”. Es más, la chanza suele concluir cuando el embromado descubre que ha sido objeto de una burla. Y quien le ha hecho objeto de ella prorrumpe en el tradicional ¡¡¡Inocente!!! ¡¡¡Inocente!!!

El día de los santos inocentes, a pesar del dramático hecho histórico al que debe su nombre, es un día esencialmente festivo. Y es bueno que perviva esa tradición. Porque el humor y las risas son muy necesarios en un mundo con problemas serios.

Sin embargo sería oportuno cambiar el “día de las inocentadas” a otro cualquiera del año, reservando el 28 de diciembre para conmemorar algo muy dramático y por ello más en consonancia con el luctuoso hecho histórico que se conmemora. El Día de los Santos Inocentes debería dedicarse, en todo el mundo, a las inocentes víctimas del aborto. El cruel Herodes de la sociedad actual. De las “civilizaciones” que caminan de forma inexorable a su extinción.

Pero acaba de decirse que es muy importante el humor. Y que por ello es muy bueno disponer de un día al año en que se celebren las inocentadas. Por ello se propone cambiar la fecha del 28 de diciembre por la del día 6. De esta forma el día 28 de diciembre quedaría para meditar sobre el execrable crimen del aborto, pues debe admitirse que no es posible encontrar fecha más apropiada para ello.

Por el  contrario, nada más oportuno, para conmemorar las tomaduras de pelo, que reservar el seis de diciembre.

Hechas estas consideraciones, vayamos al genocidio que supone la terrible realidad del aborto en España.

El 28 de octubre de 1982 llegaba al poder el PSOE con la arrolladora mayoría absoluta de 202 diputados. De inmediato el presidente del Gobierno Felipe González, aprovechando tan favorable coyuntura, puso en marcha del “rodillo socialista” que la siempre parcial Wikipedia califica no como transformación socialista sino de modernización de la sociedad española, para equipararla con las sociedades democráticas avanzadas. 

Pero que el Vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra, de forma mucho menos grandilocuente, define el proyecto socialista por su objetivo final: Que a España no la conociera ni la madre que la parió. Es decir, que dejara de ser España. Y a fe que han alcanzado el objetivo.

Se iniciaron pues una serie de transformaciones sociales y morales. Ninguna de ellas orientada a elevar el nivel de vida de la clase trabajadora. Por el contrario, muchas de ellas le eran perjudiciales. Pero en cambio se acometieron “leyes ideológicas” al tiempo que se tomaban medidas para emascular al Ejército.

Dentro de esa legislación ideológica, se aprobó el artículo 417 bis del Código Penal mediante la Ley Orgánica 9/1985 que fue sancionada con la firma de SM el Rey Juan Carlos I. Sin que considerara oportuno recurrir al “procedimiento” de Balduino de Bélgica, ni tan siquiera a manifestar la violencia moral que le infligía la firma, empleando para ello una fórmula ya institucionalizada; Firmo por imperativo legal. Y si bien es cierto que las leyes de los hombres -el artículo 56-3 de la Constitución- determina que la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad ello no le exonera de culpa ante la ley de Dios.

El caso es que el 5 de julio de 1985 entró en vigor la ley en la que se despenalizaba el aborto en tres supuestos: sin límite de tiempo del embarazo, cuando peligrase la vida de la madre o su salud mental. Durante las 12  primeras semanas cuando el embarazo se hubiera producido por violación. Y durante las 22 primeras semanas cuando el feto presentara graves taras físicas o psíquicas.

Esta primera ley del aborto pretendía ser un primer paso para el aborto libre. Y para ello, con la redacción torticera de las leyes en la que tan ducha es la izquierda en general y el PSOE en particular, en el primer supuesto se incluyó “la salud mental de la madre” algo difícil de objetivar y que a la postre era fácilmente transformable en cumplir simplemente su deseo… primer paso para llegar a establecer que el aborto es un “derecho” de la mujer.

Algo similar podría decirse de la “salud psíquica del feto” Y en cuanto al supuesto de violación, ni siquiera se contemplaba la posibilidad de dar al niño en adopción.

Pero esto no es nada en comparación con la nueva ley de 5 de julio del 2010 que también, como no podía ser de otra manera, fue promulgada por un gobierno del PSOE. La Ley Orgánica 2/2010 de José Luis Rodríguez Zapatero, a la que en un alarde de ese cinismo torticero al que ya se ha hecho referencia, se ha llamado Ley de Salud Sexual y Reproductiva. Porque la salud, en su propio significado, es positiva al ser contraria a la enfermedad. Y por ello deseable para cualquier persona.

Pero aún debemos señalar con un índice infamante a otro gran culpable: el Tribunal Constitucional. O mejor dicho, a sus magistrados. Que tras 10  diez años aún no se han pronunciado sobre el recurso de inconstitucionalidad que presentó el PP. Recientemente, Jorge Fernández Díaz y Federico Fernández Trillo, están urgiendo al “Alto Tribunal”  que se pronuncie sobre el recurso de inconstitucionalidad.

Y es una lástima que el Word,  a diferencia del WhatsApp no permita insertar a continuación de “Alto Tribunal” docena y media de emoticones tronchándose de risa. Aunque el que lleven diez años si resolver el recurso, no sea para reír. Es para llorar, por la sangre de los cientos de miles de vidas que podían haberse salvado.

Y cuya sangre debe caer sobre sus cabezas, y chorrear por sus togas, hasta llegar a empaparles las puñetas y los calcetines.

Una imagen vale más que mil palabras

Coronel Navarro de los Paños ( El Correo de España )