Hoy quiero reivindicar el término macarra para la literatura de ficción, porque a pesar de que describe a un personaje insano e indecente que administra el trabajo y los dineros de las mujeres que se dedican al oficio de la calle, la palabra macarra suena con erre doble  y se  presta a jugar con ella para describir a seres que no merecen nuestro respeto, pero si un puesto en el papel de nuestros libros.

Tal vez por eso más de una vez he pensado en hacer una versión de la canción de Sabina (Macarra de ceñido pantalón) a Gabriel Rufián, pero Creo que no da la talla o le sobran dos, porque el charnego independentista más cutre de los que han venido a Madrid a ver si se les cae el pelo de la dehesa, es más bien un chulo de tercera división y no tiene la clase de los de la capital, porque hasta para ser pandillero en la city hay que tener un estilo que no repugne TANTO COMO EL DE ÉL.

Además, Don Joaquín Sabina se merece un respeto, porque él ha convivido con personajes singulares del lumpen madrileño y les ha hecho canciones de homenaje, como a los que un día le asaltaron para robarle con un pincho de cocina y al reconocerle se lo llevaron de copas y de putas, para devolverle finalmente el dinero y el peluco que le robaron en un primer momento.

Un tipo como Gabriel Rufián jamás inspiraría a un poeta inagotable que hace versos urbanos como Joaquín Sabina. Su forma de herir el alma y de descubrir sus entresijos, con los que describe a los personajes, que nos rodean, sus guiños golfos, y amores con mujeres imposibles porque tienen la exquisitez de seducir a los más duros y ablandarlos.

Le hace canciones a gente con más clase que Gabriel Rufián

La forma como se dirige Rufian a quienes comparecen en alguna comisión de investigación del Parlamento, es propia de un maltratador no ya solo del lenguaje sino también de los derechos y la dignidad de los que interroga como si él fuese un Villarejo cualquiera.

Diego Armario